Año de reconciliación intenciones para Septiembre

 

Dones de las personas de origen hispanohablante

Por BISHOP ROBERT BAKER

Los rostros del catolicismo en nuestra diócesis están creciendo y transformándose. Hoy día, un número mayor de esos rostros pertenece a personas llegadas a nuestro medio desde países hispanohablantes. Aunque se trata de gente diversa llegada de México, Puerto Rico, Guatemala, Cuba, Centroamérica y Sudamérica, todos ellos comparten una fe común que está entrelazada con sus culturas individuales.

En el ámbito nacional, entre 1990 y 2000, la población hispana creció casi un 60 por ciento, hasta llegar a 35,3 millones, o sea 3 millones más de lo que la Oficina del Censo había calculado. En el año 2000, la población de Carolina del Sur era de 4.012.012, de los cuales 96.288 eran de origen hispano o latino (2,4 por ciento). Sin embargo, este número refleja únicamente los inmigrantes registrados. Uno sólo puede especular acerca del número exacto de gente procedente de países hispanohablantes que pueblan nuestro estado. Sus necesidades espirituales han dado pie a un pujante ministerio que se ha convertido en reto y oportunidad para nuestra diócesis.

Mientras que nuestra población hispana es diversa, esta comunidad de creyentes comparte fortalezas especiales de amor por su familia, su identidad como católicos y, en particular, su devoción por la Santísima Virgen María. Nosotros hemos sido ricamente bendecidos como iglesia con su compasión, su sentido de comunidad y su unidad familiar, las cuales vuelcan sobre el resto de nuestra población católica.

A fin de identificar sus necesidades espirituales, el 30 de abril pasado representantes de todos los puntos de nuestra diócesis se reunieron en la iglesia Santo Tomas, El Apóstol en Charleston del Norte, para ayudar a formular un plan pastoral para el Ministerio Hispano en nuestro estado. Esta reunión dio comienzo a los esfuerzos de echar cimientos para estimular un mayor respeto por la identidad y dotes especiales de nuestros hermanos y hermanas hispanos, y promover la integración dentro de nuestra comunidad de la población Hispana y sus culturas.

En octubre del año pasado dimos la bienvenida a tres hermanas de la Congregación de Hermanas del Corazón de Jesús Sacramentado. Ellas establecieron la primera casa de su Orden en la Diócesis de la Parroquia St. James, en Conway. Las religiosas, Hermana Carmen Evangelista, Hermana Sandra Parra, y Hermana Guillermina Delgado, van a estar trabajando con nuestra creciente población inmigrante de Conway, y nosotros les presentamos nuestro agradecimiento y nuestras oraciones para su ministerio.

La población de descendencia mexicana es el grupo hispano más grande de los Estados Unidos, seguido de los grupos puertorriqueños, centroamericanos, sudamericanos, cubanos y representantes de otros países de habla hispana.

Esta población comparte una fe profunda y ha dado visibilidad a sus creencias en todo el mundo. Este año, el Papa Juan Pablo II beatificó al primer hombre laico de Puerto Rico, el Beato Carlos Manuel Rodríguez, un laico activo en varios apostolados, quien murió en 1963. El le dio nuevo vigor al ministerio para estudiantes católicos dentro del recinto de la Universidad de Puerto Rico, administrada por el gobierno. Abogó también por la participación de laicos en la vida litúrgica de la iglesia, años antes del Segundo Concilio Vaticano.

Otro regalo que hemos recibido de los católicos hispanohablantes es el Movimiento de Cursillos. El Cursillo de Cristiandad se originó en España en 1940, cuando un grupo de hombres se dedicó a la tarea de acercar a Cristo a los jóvenes de la ciudad de Mallorca, España, a fin de que conocieran mejor a Cristo. En la actualidad, este movimiento de renovación de la fe puede ser observado en casi todas las 160 diócesis de los Estados Unidos, y está vinculado a la Conferencia Nacional de Obispos Católicos. Lo que empezó como un grupo pequeño es hoy día un movimiento mundial que acerca a personas de todo origen y antecedente. Nosotros tenemos la esperanza de poder lograr esa misma unión acá en nuestro medio, mediante esfuerzos iniciados por nuestros católicos hispanos, tales como los Cursillos.

Cuando miremos a nuestro alrededor en nuestras parroquias, debemos ver los rostros de aquellos que se han unido a nosotros en esta familia de Cristo. Aunque no podamos hablar un mismo idioma, podemos al menos escuchar con nuestros oídos y con nuestros corazones a esta gente que tiene tanto para compartir con nosotros.

En este Año de Reconciliación del mes de septiembre, se nos recuerda que debemos abrazar a nuestros hermanos y hermanas hispanos, con la calurosa bienvenida de Jesucristo. Podemos demostrarles nuestro amor haciendo un esfuerzo de aprender su idioma y estudiar sus culturas. Más importante aún, acerquémonos a ellos con nuestras manos y nuestros corazones y digámosles que deseamos ser una unidad con ellos en Jesucristo.