BOGOTÁ, Colombia – El diácono Mauricio Castiblanco solía pasar la mayor parte del día viajando a las funerarias de la ciudad, donde bendecía a las familias que habían perdido un ser querido.
Sin embargo, durante los últimos dos meses, él ha pasado mucho más tiempo afuera de los cementerios, usando una mascarilla y vistiendo un overol blanco desechable y una banda púrpura que lleva el símbolo de la cruz. Su misión es realizar servicios funerarios en las carreteras para las víctimas del COVID-19.
“Esta es una manera traumática de decir adiós a un ser querido”, expresó el diácono recientemente, mientras se preparaba para un servicio a las afueras del cementerio El Apogeo, situado en el distrito de Bosa en Bogotá. Camiones y autobuses pasaban por la entrada del cementerio, que está junto a una carretera principal.
“Es difícil”, dijo el diácono. “Pero como iglesia tenemos que estar aquí para ayudar a las personas y acompañarlas en su dolor”.
La pandemia ha cambiado la forma en que se realizan los entierros en Colombia, especialmente para las personas que mueren por COVID-19.
De acuerdo con las regulaciones gubernamentales, las víctimas del coronavirus deben ser trasladadas directamente del hospital al cementerio en un ataúd cerrado, sin que sus familias puedan ver el cuerpo.
Los velatorios en las funerarias están estrictamente prohibidos para las víctimas del virus; las iglesias están cerradas y las familias tampoco pueden ingresar a los cementerios. Por esta razón, las familias de los difuntos deben dar su ultimo adiós desde afuera mientras ven cómo un coche fúnebre atraviesa las puertas del cementerio sin compañía alguna, llevando el cuerpo de su ser querido.
En un intento por hacer que los funerales de las victimas del coronavirus sean más compasivos, el diácono Castiblanco y cinco diáconos más que trabajan en una empresa funeraria local han tenido la idea de crear servicios fuera de los cementerios, donde rezan con los familiares de los fallecidos, leen pasajes de la Biblia, e intentan dar al difunto una despedida apropiada.
La demanda por estos servicios a lado de las carreteras ha crecido considerablemente en los últimos dos meses, expuso el diácono Castiblanco, quien ha realizado hasta 14 servicios en un día afuera de los cementerios de Bogotá.
El servicio comienza cuando el coche fúnebre llega a las puertas del cementerio, seguido por autos que transportan a familiares y amigos.
Los fieles se reúnen con sus mascarillas alrededor del diácono Castiblanco, quien toma su libro de ritos funerarios, inicia la ceremonia, y rocía el coche fúnebre con agua bendita.
Durante un servicio reciente para Vicente Fajardo, un hombre de 73 años a quien se sospecha que murió por el virus, el diácono Castiblanco instó a los familiares a comunicarse más con sus seres queridos en vida “sin retener nada”.
El diácono también explicó que Fajardo “seguirá viviendo” en el corazón de sus familiares mientras lo recuerden. El hermano de Fajardo, quien no quiso que se publicara su nombre, comentó que encontró el servicio reconfortante, aunque se sentía indignado por la política de no permitir que los familiares vieran los cuerpos de sus seres queridos.
El diácono Castiblanco expresó que los servicios tienen como objetivo dar “fuerza” a las personas en estos tiempos difíciles y hacerles sentir que la iglesia está ahí para apoyarlos.
Sin embargo, estar constantemente cerca de los familiares de víctimas de COVID-19 ha puesto al diácono en riesgo, lo que explica su atuendo inusual.
El diácono usa un traje desechable nuevo todos los días y lleva desinfectantes, alcohol gel, y un protector facial de plástico que protege sus ojos. Al llegar a su casa, se toma una ducha inmediatamente antes de poder saludar a su esposa e hijos.
“Mi esposa estaba aterrorizada cuando comencé a hacer esto”, dijo el diácono Castiblanco. “Pero también, ha sido un gran apoyo”.
Con los contagios por coronavirus aun propagándose en Colombia, el diácono Castiblanco podría tener meses de servicios funerarios por delante.
Todos los días el gobierno de Colombia informa más de 8,000 nuevos casos de personas infectadas con el virus y alrededor de 300 muertes; cerca de un tercio de estos ocurren en la ciudad capital.
El diácono Castiblanco explicó que continuará ofreciendo los servicios en la carretera mientras sea necesario.
“Tenemos que dar esperanza a la gente”, expuso. “Este virus no va a desaparecer de la noche a la mañana. Y tendremos que aprender a vivir con él”.
Por Manuel Rueda