PAMPLONA, Colombia – Jan Piñeros caminó por una carretera colombiana con su familia, desafiando el calor del mediodía.
Con ambos brazos extendidos hacia adelante, empujaba un cochecito que llevaba a su hijo de 2 años, mientras cargaba sus pertenencias en una mochila azul que colgaba de sus hombros.
Piñeros estaba haciendo una caminata de 1,500 millas a Ecuador, donde le habían ofrecido a su familia trabajo en una granja. Dejó su ciudad natal de Caracas, Venezuela, a mediados de septiembre, a pie, porque no podía pagar un boleto de autobús.
“En Venezuela no podíamos alimentar bien a nuestros hijos”, expresó Piñeros, quien había estado caminando con su esposa y sus tres hijos durante dos semanas.
“No será el mejor momento para viajar”, admitió. “Pero estamos dispuestos a romper barreras y a caminar sin descansar, para mejorar nuestra calidad de vida”.
Miles de personas, una vez más, están saliendo de Venezuela ya que países vecinos como Colombia, Ecuador, y Perú están reabriendo sus economías y levantando restricciones relacionadas con la pandemia del coronavirus.
Los más pobres se van a pie y se unen a los 5 millones de personas que ya salieron de Venezuela, escapando de la hiperinflación, la escasez de alimentos, y los salarios más bajos del hemisferio occidental.
Esta nueva ola de migración ha llevado a grupos eclesiásticos en Colombia a reactivar los programas de ayuda que habían sido suspendidos esta primavera, ya que la cuarentena había frenado la migración venezolana.
En la ciudad fronteriza colombiana de Cúcuta, para fines de octubre, la diócesis local planea haber distribuido bolsas con comida, mascarillas, y gel desinfectante a 4,000 migrantes que caminan por las carreteras que salen de la ciudad. Los suministros se compraron con el apoyo de Caritas Polonia, una cadena de supermercados local, y el Dicasterio del Vaticano para la Promoción del Desarrollo Humano Integral.
“Nuestra gran preocupación ahora es que están caminando más grupos familiares”, explicó Mons. Israel Bravo, vicario general de la Diócesis de Cúcuta. “Antes se veían más hombres solos, pero los migrantes ahora traen a sus familias”.
La pandemia ha dificultado la salida de Venezuela.
La escasez de gasolina obliga a los migrantes a caminar durante semanas solo para llegar a la frontera. En Colombia, los gobiernos municipales ordenaron el cierre de refugios y comedores populares en un intento por evitar grandes concentraciones.
Para hacer el viaje menos peligroso, algunos grupos religiosos están tratando de brindar asistencia a los migrantes en los tramos más difíciles del camino.
En la localidad montañosa de Pamplona, Caritas Francia apoya un programa de la diócesis local que proporciona orientación, comida, y ropa para el clima frío a los migrantes venezolanos.
Pamplona se encuentra a 10,500 pies sobre el nivel del mar y hace frío por la noche. Es una de las primeras paradas de una carretera montañosa que conduce al centro de Colombia.
“Teníamos cuatro refugios en Pamplona, pero ahora por la pandemia todos están cerrados”, señaló Angie Rincón, coordinadora de “Let’s Share the Journey” (Compartamos el viaje), el proyecto financiado por Caritas Francia.
“Se frustran mucho los migrantes porque saben que antes había apoyos que ahora no existen”, dijo Rincón.
Su proyecto consiste en proporcionar a 8,000 migrantes mochilas que contienen barritas energéticas, artículos de aseo, guantes y pasamontañas para el frío.
El proyecto también intenta organizar el transporte en autobuses a través del congelado Páramo de Berlín, una meseta ubicada a una altitud de 13,000 pies que separa Pamplona del centro de Colombia. Pero eso no ha sido posible todavía, expuso Rincón, debido a las regulaciones impuestas por el gobierno colombiano desde que estalló la pandemia.
“Ahora las empresas de transporte tienen que pedirles a los migrantes el permiso de permanencia, o un pasaporte sellado, y eso es casi imposible conseguirlo”, explicó Rincón.
Colombia ha cerrado los cruces fronterizos con Venezuela desde que comenzó la pandemia. La mayoría de los migrantes que ahora ingresan a Colombia utilizan cruces ilegales controlados por grupos criminales.
Muchos informaron haber tenido que pagar sobornos a estos grupos para cruzar la frontera. Algunos tuvieron que entregar la mayor parte del efectivo que llevaban consigo.
“Tuvimos que darles nuestros teléfonos y pagar 15,000 pesos ($5) para cruzar”, expresó Englis Ochoa, una joven de 17 años que viajaba con su madre a la ciudad de Cali, donde esperan encontrar trabajo. Ellas intentaban conseguir que las llevaran fuera de una gasolinera cerca de Pamplona. “Teníamos un Samsung Galaxy y un Motorola”.
A pesar de los riesgos y las dificultades encontradas a lo largo del viaje hacia las ciudades de Colombia, Ecuador, y Perú, los grupos humanitarios esperan que un gran número de venezolanos abandonen su país en los próximos meses.
Los funcionarios de inmigración colombianos declararon en septiembre que alrededor de 200,000 venezolanos podrían ingresar al país antes de fin de año. El salario mínimo en Venezuela es actualmente menos de 2 dólares al mes, mientras que en Colombia y Perú es de 250 dólares al mes.
“Había dos opciones o morirnos de hambre en Venezuela, o venir por acá a buscar una solución”, dijo Carlos Olivera, un obrero de construcción de 44 años que caminaba por la carretera con su familia.
“Yo creo que Dios nos va a ayudar”, expuso Olivera. “Él ayuda a los que somos diligentes”.
Por Manuel Rueda