Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Enojo, vergüenza, pena y aflicción- eso es lo que siento por los pecados cometidos por tantos obispos y sacerdotes. Es verdaderamente enfermizo y parte el corazón el saber que niños y adultos han sido traicionados y lastimados por sacerdotes y líderes de la Iglesia en los cuales ellos confiaban. Yo me uno otros obispos pidiendo disculpas por lo que hemos hecho y hemos dejado de hacer. Esto es un pecado grave.
Innumerables clérigos y laicos en todos Estados Unidos están aterrorizados por los informes de las últimas semanas, especialmente esta semana pasada. Entiendo completamente que han perdido la confianza en el liderazgo de la Iglesia. Todos estamos horrorizados y humillados por tantos obispos y sacerdotes, que fueron consagrados a Dios con promesas solemnes y la unción del Espíritu Santo hayan traicionado la gracia de su ordenación y no hayan podido vivir como fieles discípulos del Señor Jesús. Esto se ha hecho de manera que ha seriamente herido la vida de jóvenes inocentes y a los files de Dios. Sin embargo, para los cristianos, el enojo, la vergüenza y el disgusto nunca deben tener la última palabra.
Ahora es tiempo para contrición, para una confesión de corazón y para un propósito firme de corrección y reparación por nuestros pecados. Esto empieza con el arrepentimiento y pidiendo perdón a Dios, con la intención de no pecar más.
A todos aquellos que hayan sufrido abuso de parte de un sacerdote depravado con la complicidad de los obispos, lo lamento profundamente. Les hemos fallado y hemos permitido que les roben su niñez. Al contar su historia, le han permitido a otros conocer que no están solos en su angustia. Ustedes han despertado a la Iglesia y al hacerlo, protegen y protegerán a muchos otros niños de ese horror.
A todos aquellos cuya fe ha sido dañada, yo comparto sus sentimientos de indignación y de traición. Humildemente yo le pido perdón. Yo necesito su ayuda, para que podamos seguir adelante juntos como Cuerpo de Cristo.
¿Hacia dónde debemos ir? El trabajo de conversión nos incluye a todos y especialmente obispos y sacerdotes. De hecho, específicamente en nuestra diócesis debe empezar conmigo mismo. Les doy mi palabra como su pastor que en los meses y años venideros voy a trabajar con mis hermanos obispos, con los sacerdotes de nuestra diócesis, y todos los católicos de buena voluntad para buscar una reforma dentro de la Iglesia. Yo les prometo que en la Diócesis de Charleston estamos trabajando diligentemente para asegurarnos de que estos viles crímenes nunca sucedan otra vez aquí.
Como gente de fe ponemos nuestra confianza en el Evangelio, mientras caminamos de la oscuridad a la luz, del pecado a la redención, de la desesperanza a la esperanza. Caminamos juntos en el contexto de una comunidad creyente. No confiamos en nuestros propios esfuerzos sino en el Espíritu Santo que nos fortalece y nos sostiene en tiempos difíciles. Frente a este reto, recordamos las palabras de San Pablo en su carta a los Filipenses, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4:13).
Por favor oren por mí y oremos unos por otros.
En la paz del Señor,
Reverendísimo Robert E. Guglielmone, Obispo de Charleston