CIUDAD JUÁREZ, México—Hasta julio, Ingrid tenía una exitosa carrera a sus 30 años como farmacéutica en su natal Nicaragua. Tenía casa propia, donde criaba a sus dos muchachos, de 8 y 12 años, y la expectativa de quedarse siempre en el país que tanto amaba.
Sin embargo, el conflicto político la impulsó a participar en marchas no violentas en oposición al gobierno, buscando —como muchos nicaragüenses lo han hecho— tener una voz en el país en el cual ella pensaba que sus hijos crecerían.
Pero en agosto, ese sueño se desplomó cuando las amenazas en su contra, por participar en manifestaciones anti-gobierno, empezaron a preocuparla más y más hasta que un día decidió que era el momento de agarrar a los niños e irse —para siempre.
“Salí solo con la ropa que tenía puesta”, le dijo esta madre de familia a Catholic News Service (CNS) el 24 de septiembre, luego de hablar con una delegación de obispos, miembros de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB), ministros laicos, entre otros que visitaron la región fronteriza del 23 al 27 de septiembre. “Dejé mi vida entera en Nicaragua”, subrayó.
Ingrid pensaba que encontraría algo de comprensión y seguridad al dirigirse con sus hijos hacia los EE.UU., según explicó, pero rápidamente se dio cuenta de que estaba equivocada cuando ella y sus niños sintieron el peso de la iniciativa “Quédate en México”, la cual insta a los solicitantes de asilo a esperar en el vecino país la fecha de su cita ante la corte de inmigración.
“Es triste llegar, golpear la puerta y encontrar esa puerta cerrada sin ser escuchados”, explicó al grupo que estaba visitando una parroquia católica en Ciudad Juárez, la cual le ofreció ayuda. En el grupo estaba el obispo de la vecina ciudad de El Paso, Mark J. Seitz, el obispo de San José Óscar Cantú, el obispo Brendan J. Cahill, de Victoria, Texas, así como también el padre Robert Stark, coordinador regional de la Sección del Vaticano para Inmigrantes y Refugiados.
Ingrid fue una entre muchos inmigrantes con quienes el grupo se reunió en el segundo día de una semana de encuentros con trabajadores agrícolas, sus familias, solicitantes de asilo, refugiados y otros inmigrantes en la región fronteriza cerca de El Paso y la vecina Ciudad Juárez, México.
Ellos hablaron con Ingrid —cuyo apellido es omitido para su protección—, se reunieron con sus hijos, compartieron una comida con ellos y otros mientras escuchaban el drama de los inmigrantes.
Pero no fue la única historia de rechazo que escucharon ese día.
El grupo también visitó La Casa del Migrante, un albergue en Ciudad Juárez, donde los obispos bendijeron y dialogaron con un grupo de inmigrantes que regresaban a sus países de origen, luego de que EE.UU. les negara el ingreso o porque perdieron las esperanzas de que se les permita entrar.
Nelson López, obviamente un tanto desmoralizado, formaba fila en las afueras del albergue el 24 de septiembre junto con otros para tomar un autobús, facilitado por la Organización Internacional para la Migración de las Naciones Unidas —un servicio gratis que la agencia les brinda a los inmigrantes.
Nelson había tratado de entrar a los EE.UU durante un mes, antes de darse por vencido. Su intención era encontrar un trabajo que le permitiera brindarle educación a su hija y mejores condiciones de vida a sus padres en Honduras, a quienes él apoya financieramente —le dijo a CNS.
“Es difícil”, dijo, ya que al poco tiempo, la esperanza se pierde y empiezas a perder a tu familia. Contó que no quería regresar a Honduras, pero perdió las esperanzas de ingresar a los EE.UU.
Todos los obispos de EE.UU., junto con el obispo de Ciudad Juárez José Guadalupe Torres Campos, bendijeron al grupo y hablaron con algunos de ellos brevemente —antes de que se subieran al autobús.
“Lo siento”, dijo el obispo Seitz de El Paso a los inmigrantes en español. “Como cristianos, como buenos ciudadanos, deberíamos estar dispuestos a acoger a aquellos que lo necesitan (ayuda), pero lamentablemente este no es el sentir del gobierno de los EE.UU. en este momento”.
María Luna, voluntaria en el ministerio de inmigrantes en la Diócesis de Yakima, en el estado de Washington, dijo que algunos de los testimonios del día habían sido “muy tristes” y comprendió las razones que impulsaban a los inmigrantes a dejar su país.
El mismo día más temprano, el obispo Cantú le había contado al grupo en su homilía sobre los inicios de su familia en EE.UU., en un relato que sonó similar a la situación que encaran algunos de los inmigrantes a los que no se les permitió ingresar al país.
Su padre dejó su natal México teniendo sólo una educación hasta sexto grado y se dirigió hacia el norte, a los EE.UU, destacando la importancia de la fe y la educación a sus ocho hijos —contó—. Como tenía pocas oportunidades en su país de origen, les dijo a ellos que se mantengan cerca de la iglesia y tomen ventaja en EE.UU. de la educación y oportunidades que él no tuvo.
Puedo imaginar a tantos inmigrantes diciendo eso mismo, deseando eso para sus niños”, agregó el prelado.
Le dijo al grupo que “mantengan viva la esperanza” en aquellos que tratan de hacer lo mismo hoy por sus hijos.
“Vemos flagrantes injusticias, vemos violencia, vemos atropello a la dignidad humana”, dijo el obispo Cantú. “Y entonces el reto de hoy para nosotros es ayudar a los hermanos y hermanas a vivir esperanzados. Para algunos, esa esperanza es el sueño americano… darles a sus hijos una vida mejor de la que ellos tuvieron”.
Por Rhina Guidos