HATCH, Nuevo México—Mientras el Departamento de Estado de EE.UU. estaba anunciando el 26 de septiembre la reducción del programa de reasentamiento de refugiados a un mínimo histórico, un grupo de obispos católicos de EE.UU., junto con un representante del Vaticano y otros sacerdotes, celebraron una misa cerca de un campo de ají picante con los trabajadores agrícolas, sus familias y otros inmigrantes.
Bendijeron las manos de los trabajadores. Bendijeron el agua que nutre a los famosos ají picantes de Hatch, por los cuales este pueblo de 1.680 habitantes es conocido. Y bendijeron los campos donde trabajan fuertemente los inmigrantes.
Si bien los residentes del poblado les dieron la bienvenida a los obispos —al igual que a las religiosas y laicos de la Iglesia Católica que viajaron con ellos— con sonrisas, cantos, bailes y mucha comida casera elaborada con su famoso producto, también compartieron los momentos difíciles que encararon hace poco cuando un grupo de inmigrantes llegó a un pueblo cercano y alguna gente del pueblo se involucró para ayudar.
Nadie en el poblado estaba contento y algunos parroquianos de la iglesia católica local dijeron que tenían miedo de que ellos les contagien enfermedades. Otros estaban preocupados de lo que sus vecinos pensarían si descubrían que ellos les estaban dando albergue.
“Los teníamos escondidos en nuestras casas”, le contó Crystal Gonzales al grupo, a la vez que agregó que esto le recordaba lo que había leído en “el Diario de Ana Frank” cuando estaba en sexto grado.
Esta fue una de las muchas historias de sufrimiento y miedo que escuchó el grupo, durante una semana de visitas organizadas por el subcomité para el cuidado pastoral de migrantes, refugiados y viajeros de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB).
El viaje para escuchar los relatos de los inmigrantes —previo al 29 de septiembre, Día Mundial de los Migrantes y Refugiados el 29 de septiembre— marcó un crudo tono al detallar la falta de acogida, las puertas cerradas que están encarando muchos de los 70 millones de personas desplazadas alrededor del mundo.
No obstante, también destacó el trabajo de la Iglesia Católica, a través de sus organizaciones y parroquias, así como su rol en brindar consuelo.
El diácono permanente Carlos Luna y su esposa María, de Wenatchee, estado de Washington, representó a la Diócesis de Yakima durante la visita. El diácono Luna comentó que en ocasiones fue duro para él escuchar las historias.
“Lloré”, escuchando los relatos de las jóvenes madres y sus niños abandonados del lado mexicano de la frontera, solos y en una ciudad peligrosa —dijo—. “Soy un padre de familia y tengo hijas”.
Se conmovió pensando en sus hijas y lo que les sucedería a ellas si tuvieran que enfrentar esta situación de escapar para salvar sus vidas —comentó—. Al mismo tiempo, halló esperanza en esas historias ya que alguien de la Iglesia Católica se había involucrado para ayudar.
Además, dijo que lo escuchado intensificó su determinación de hacer algo una vez que regrese a su ciudad.
“Tenemos que ayudarlos”, subrayó el 26 de septiembre en una entrevista con Catholic News Service (CNS). “Mi plan es crear conciencia en la iglesia. Algunos de nosotros hemos pasado por situaciones similares, pero las hemos olvidado”.
Comentó que tanto él como su esposa María ya habían estado hablando sobre qué acción tomarían a su retorno.
Aunque ellos están sirviendo a los migrantes en los círculos agrícolas en el estado de Washington, bien podrían encontrar suficiente gente para ayudar, por lo menos materialmente, a algunas de las organizaciones que ayudan a los migrantes a lo largo de la frontera —dijo.
Cuando el obispo Peter Baldacchino de Las Cruces, el obispo Óscar Cantú de San José, el obispo Mark J. Seitz de El Paso y el obispo Brendan J. Cahill de Victoria, Texas, y el padre Robert Stark de la sección para migrantes y refugiados del Vaticano, se reunieron con los inmigrantes en Hatch, en el último evento grande y público de la semana, nunca habrían imaginado las emociones que algunos de ellos vivirían —pero allí estaban.
El obispo Cantú dijo que se había sentido un poco frustrado ya que hay soluciones más humanas que EE.UU. puede escoger para ayudar a los inmigrantes vulnerables. Recordó el momento durante el viaje cuando vio a inmigrantes con sus hijos subiendo a los autobuses de regreso hacia un futuro incierto en Centroamérica.
“Se podía ver la decepción en sus rostros, sus posturas, sus expresiones. Tenían la esperanza de poder encontrar asilo en los Estados Unidos y después de bastante tiempo de espera, estaban siendo enviados de regreso a sus países de origen”, dijo. “Me pregunto: ¿Qué está pasando por sus mentes?, ¿todavía tienen esperanza?, ¿cómo van a volver a empezar?, ¿cómo se reintegrarán?, ¿aún tendrán un hogar adonde ir?”
Surgieron un montón de preguntas a nivel humano. De hecho, se pregunta también cómo se encuentran espiritualmente y a qué regresan a sus países de origen.
Un hecho positivo fue el poder ser testigo del “toque de humanidad” que brindan los miembros de la Iglesia Católica —dijo— incluso en lo que parece una derrota.
“No podemos resolver todos los problemas de la gente en sus vidas, pero podemos —por lo menos— caminar con ellos, dejarles saber que no están solos”, dijo el obispo Cantú.
Como iglesia y gente de buena voluntad, “tenemos que elevar una voz profética”, dijo el 26 de septiembre en una entrevista con CNS.
“Tenemos que proteger a los más vulnerables de la sociedad. Somos los guardianes de nuestros vecinos”, señaló.
Lo que significa hacer un llamado a que se invierta en construir una infraestructura en los países de origen de muchos de aquellos que están esperando para ingresar a EE.UU., de modo que en vez de emigrar puedan quedarse en su tierra.
Si bien los inmigrantes preferirían permanecer en sus países también es una idea adquirida de sus propios padres, quienes dejaron su natal México y se establecieron en EE.UU. en busca de un mejor futuro económico, pero siempre añorando su tierra natal —dijo el obispo Cantú.
“No es placentero decidirte y dejar aquello con lo que estás familiarizado, en especial cuando es una travesía peligrosa”, dijo. “Hay tantos desconocidos, pero han sido capaces de encontrar trabajo y vivir con relativa seguridad y protección. Allí también tiene que estar el futuro para sus hijos. Creo que los Estados Unidos tienen la capacidad de ayudar a nuestros países vecinos en América Latina”.
Para los católicos que no están de acuerdo con lo que los obispos y el liderazgo de la Iglesia Católica dice sobre inmigración, “yo les diría que no me escuchen a mí”, dijo el obispo Cantú.
“Lean el Evangelio. Escuchen a Jesucristo. ¿Qué dijo en las escrituras? ¿Qué dijo en Mateo 25? ¿Qué dice a través de la enseñanza de la iglesia? No es mi opinión. No es una opinión política. Es la voz de la iglesia”, expresó.
Es algo que se ha repetido una y otra vez, y viene del Evangelio de Jesucristo —subrayó.
“Es un asunto moral porque afecta la vida de la gente. Tiene que ver con la familia. Se trata de la dignidad humana”, según el obispo Cantú.
El obispo John Stowe de la Diócesis de Lexington, Kentucky, dijo el 25 de septiembre en una conferencia de prensa que estaba contento con la actividad que se llevó a cabo en la frontera y con la Diócesis de El Paso porque ha dado un ejemplo a todo el país sobre cómo darle la bienvenida a los inmigrantes, cómo amar a los inmigrantes, cómo vestir a los inmigrantes, cómo brindar albergue a los inmigrantes y cómo tratarlos como hermanos y hermanas.
“Es horrible saber que hay unas 55.000 personas esperando al otro lado de la frontera porque no pueden cruzar”, dijo el obispo Stowe. “Hace unos meses había miles de personas cruzando la frontera e inundando esta ciudad y fueron recibidos en refugios por toda esta ciudad por gente de fe que les tendieron la mano, no solo de nuestra Iglesia Católica sino de otras iglesias de la ciudad, se acercaron a ellos y los atendieron”.
Y lo hicieron con amor —agregó.
“Es un hermoso ejemplo para todo el país”. Son los pilares sobre los que nuestra nación fue fundada y “es específicamente importante para nuestra Iglesia Católica”, dijo.
Cuando la iglesia celebra el Día Mundial de los Migrantes y Refugiados —dijo— es el momento para llamar la atención, no solamente en cuanto a los problemas en la frontera, sino sobre las adversidades que encaran los migrantes y refugiados alrededor del mundo.
“Pero como estadounidenses, tenemos una particular obligación porque prometimos asilo. Nos presentamos como un modelo para los oprimidos, los pisoteados en el mundo”, dijo. “¿Cómo podemos dejarlos que se queden al otro lado de la frontera? ¿Cómo podemos ser indiferentes? Gracias a Dios por la iglesia, y las iglesias, en El Paso, que han dado un hermoso ejemplo”.
Por Rhina Guidos