Indígena entrega mensaje de personas mayores de su comunidad al papa

Anitalia Pijachi, del grupo indígena Ocaina Huitoto de Colombia y observadora en el Sínodo de los Obispos para la Amazonia, aparece en la foto del 11 de octubre de 2019, cerca del Vaticano. Ella dijo que decidió participar en el sínodo para llevar un mensaje de las personas mayores de su pueblo a una persona mayor de la Iglesia Católica, el papa Francisco. (Foto CNS-Barbara J. Fraser)

CIUDAD DEL VATICANO—Anitalia Pijachi, una mujer indígena de la ciudad amazónica de Leticia, Colombia, llegó al Sínodo de los Obispos para la Amazonía con un mensaje de las personas mayores de su pueblo para el papa Francisco, una persona mayor de la Iglesia Católica.

Los primeros europeos que llegaron a la Amazonía fueron “invasores”, dijo. “Nunca pidieron permiso a la madre naturaleza o a las personas que vivían ahí. Ellos impusieron la cruz y la Biblia. Eso ocasionó mucho resentimiento”, y en algunos casos desplazó a los pueblos indígenas de sus territorios.

Pero cuando el papa, durante su visita a Perú en 2018, preguntó a los pueblos amazónicos cómo debería la iglesia caminar con ellos, “eso fue una pregunta que pedía permiso”, dijo Pijachi a Catholic News Service.

Pijachi, una mujer Ocaina Huitoto que no es católica, dijo que cuando ella escuchó eso, les habló a los ancianos de su pueblo, quienes aprobaron su participación en las reuniones pre-sinodales siempre que la iglesia respetara a las culturas indígenas.

“Los ancianos dijeron que primero la Iglesia Católica y todas las iglesias deben reconocer que tenemos derecho a nuestra propia cultura y costumbres, nuestra propia espiritualidad”, añadió. “Ellas no deben imponerse y cambiar” esas creencias.

Para muchos pueblos indígenas, la evangelización significó el desplazamiento de sus territorios a comunidades dirigidas por la iglesia, conocidas como reducciones, así como la pérdida de sus lenguas y tradiciones, dijo. “El dolor sigue vivo y sigue ahí”.

La cultura y la espiritualidad de los pueblos indígenas amazónicos permanecen fuertes “mientras mantengamos nuestro territorio, nuestros ríos, nuestros lugares sagrados, nuestra comida y nuestras semillas, los elementos de nuestros rituales”, dijo Pijachi.

Dijo que veía el sínodo como una oportunidad de conversar con “un gran amigo, un gran anciano, (papa) Francisco, que puede llevar nuestra voz” a lugares donde de otro modo no se escucharía.

La destrucción del medio ambiente a manos de industrias de extracción, madereras, mineras y petroleras ha sido un tema recurrente en el sínodo.

“La gente que viene a extraer (los recursos naturales) no vive aquí”, dijo Pijachi. “Viven en Europa; viven en mansiones en las grandes ciudades. Lo único que les interesa es el dinero”.

El daño al medio ambiente “es una muerte espiritual y una muerte cultural” para los pueblos indígenas, dijo, añadiendo que algunas de las personas cuyas acciones o políticas causan la destrucción son católicas.

“La misma persona que recibió la primera Comunión, que se casó en la iglesia, es la que tala el bosque, no entiende el respeto por la creación”, dijo. “La misma que fue bautizada, que fue a confesar, que recibió la Comunión, que va a Misa los domingos, es el gobernador de un estado y no presta atención” a cómo afectan al pueblo sus políticas.

“Les pregunté (a los obispos), ´¿es esto importante para ustedes?'”, dijo Pijachi cuando se dirigió a la asamblea sinodal el 9 de octubre.

Como mujer indígena, Pijachi llamó a los líderes eclesiales a escuchar a las mujeres.

Durante los primeros días del sínodo, cuando escuchó que los obispos se referían a “la santa madre iglesia”, esas palabras recordaron a Pijachi la “maloka”, el amplio edificio redondo comunitario donde su pueblo se reúne para ocasiones especiales.

La maloka, dijo, “es la mujer, el vientre que congrega a todos sus hijos, el lugar de la abundancia”.

Aunque muchos participantes en el sínodo hablaron de la importancia de la tarea pastoral llevada a cabo por mujeres, algunos permanecieron reticentes a otorgar un papel más grande a las mujeres. Esto es en parte porque algunos obispos no entienden la realidad del ministerio en la Amazonía, añadió.

Un sacerdote debe administrar el sacramento de la unción de los enfermos, por ejemplo, pero donde no hay sacerdote, los padres le pedirán a una religiosa que bendiga al niño agonizante. Ha visto a religiosas llamar por teléfono al sacerdote para que dé la bendición por teléfono.

“Creo que es muy importante que el sínodo le conceda a la mujer un lugar en la toma de decisiones (y) autonomía para actuar”, dijo.

En la historia de creación de su pueblo, le dijo Pijachi a los obispos, “Dios puso al hombre y a la mujer juntos en el mundo… para caminar juntos”. Si los dos no trabajan en armonía, le dijo un anciano indígena, “es como caminar con una sola pierna”.

Por Barbara J. Fraser