La tensión política y social sigue siendo alta en Honduras, que lucha contra la violencia, el tráfico de drogas, la corrupción y la pobreza. En un mensaje para el Mes Misionero Extraordinario, los obispos exhortan a los fieles y a todos los ciudadanos a no ceder a la resignación y a trabajar juntos por el bien común y la paz, porque el cambio es posible.
Se debe revisar “el valor del sano patriotismo, que debe estar por encima de cualquier interés personal, apego al cargo o intereses de partido”. Es la llamada de los obispos de Honduras en un mensaje a los fieles y a todos los hombres de voluntad, con ocasión del Mes Misionero Extraordinario. En el comunicado, difundido en los últimos días, los obispos invitan a los hondureños a mantener viva la esperanza, superando la tentación de la frustración con la convicción de que “el cambio es posible”.
En el país centroamericano, plagado de graves problemas socioeconómicos y de una fuerte inestabilidad política agravada tras las últimas disputadas elecciones de 2017, la tensión entre el gobierno del presidente Juan Orlando Hernández y las fuerzas de oposición vinculadas al ex presidente Manuel Zelaya sigue siendo alta. Las tensiones dieron lugar a violentas manifestaciones callejeras el pasado mes de septiembre durante las celebraciones del 198 aniversario de la independencia de América Central.
En este difícil contexto se inserta el mensaje de los obispos que dicen que como pastores no pueden “permanecer indiferentes” ante la situación del país. A partir del narcotráfico que “ha permeado las instituciones de nuestro país y que, como consecuencia, ha derivado en un deterioro acelerado de la imagen de nuestra patria en el concurso de las naciones”.
“Nada de lo que el narcotráfico ha logrado en nuestro país, podría haberse alcanzado sin la colusión de los órganos que, por razón de su ser, estaban llamados a defender la vida y proporcionar seguridad a todos. Debemos admitir que en mucho de esto son culpables los políticos que han pactado con el crimen organizado”, escriben.
Las instituciones — escriben los prelados — no se ocupan por atender las necesidades fundamentales del pueblo. Nuestra política vernácula se ha caracterizado por la costumbre de ignorar directamente al pueblo, hablar en su nombre y terminar haciendo pactos que en nada benefician al mismo pueblo.
El 64% de los hondureños vive por debajo de la línea de pobreza y el país está profundamente marcado por una alta tasa de violencia, debido a la furia de las bandas criminales y los narcotraficantes, que obligan a muchos hondureños a emigrar. Un “viacrucis” de tantos hermanos migrantes que impone a la Iglesia la necesidad de una “Pastoral de Movilidad Humana en cada parroquia y en todas nuestras Diócesis. No sólo para ayudar a quienes se ven obligados a emigrar, sino para defender el derecho humano a no verse obligados a hacerlo”.
La invitación, dirigida a “toda la ciudadanía, la clase política, empresarial, académica, colegios profesionales, campesinos y obreros” es a llevar adelante “un proceso de transformación del país que tenga como norte el Bien Común y su mayor beneficio que es la paz”. Una tarea que requiere “una seria revisión de los valores, sobre todo los valores morales, de las actitudes y de los actores que tengan la mejor disponibilidad para servir con transparencia, fidelidad en el cumplimiento de la ley, luchadores por establecer la justicia; una justicia que permita edificar un país con equidad y nos ayude a superar esta página tan dolorosa de la historia patria, empañada por el peso del narcotráfico, la corrupción, la impunidad y el abuso del poder”.