CIUDAD DEL VATICANO—El Papa Francisco ha celebrado la mañana de este 20 de octubre la misa del día mundial de las misiones en la Plaza de San Pedro. Subrayó que “El testigo de Jesús va al encuentro de todos, no sólo de los suyos”. Sus desarrolla la homilía en torno a tres palabras presentes en las lecturas: monte, subir y todos.
Para el Papa Francisco, el sustantivo es el monte: “Es el lugar donde a Dios le gusta dar cita a toda la humanidad. Es el lugar del encuentro con nosotros, como muestra la Biblia, desde el Sinaí pasando por el Carmelo, hasta llegar a Jesús, que proclamó las Bienaventuranzas en la montaña, se transfiguró en el monte Tabor, dio su vida en el Calvario y ascendió al cielo desde el monte de los Olivos. El monte, lugar de grandes encuentros entre Dios y el hombre, es también el sitio donde Jesús pasa horas y horas en oración (cf. Mc 6,46), uniendo la tierra y el cielo; a nosotros, sus hermanos, con el Padre”.
El Papa se pregunta ¿Qué significado tiene para nosotros el monte? El monte es un lugar donde tomamos distancia, para acercarnos a Dios y a los demás: el silencio, la oración nos acercan a Dios, pero nos distancian de las habladurías. Igual con los demás: “El monte nos recuerda que los hermanos y las hermanas no se seleccionan, sino que se abrazan, con la mirada y, sobre todo, con la vida. El monte une a Dios y a los hermanos en un único abrazo, el de la oración”.
Para Francisco, “La misión comienza en el monte: allí se descubre lo que cuenta. En el corazón de este mes misionero, preguntémonos: ¿Qué es lo que cuenta para mí en la vida? ¿Cuáles son las cumbres que deseo alcanzar?”
El Papa cita al profeta Isaías cuando nos anima: «Vengan, subamos al monte del Señor» (2,3), y continúa: “No hemos nacido para estar en la tierra, para contentarnos con cosas llanas, hemos nacido para alcanzar las alturas, para encontrar a Dios y a los hermanos. Pero para esto se necesita subir: se necesita dejar una vida horizontal, luchar contra la fuerza de gravedad del egoísmo, realizar un éxodo del propio yo. Subir, por tanto, cuesta trabajo, pero es el único modo para ver todo mejor, como cuando se va a la montaña y sólo en la cima se vislumbra el panorama más hermoso y se comprende que no se podía conquistar sino avanzando por aquel sendero siempre en subida”.
La acción de subir está acompañada por un elemento no siempre evidente: “no se puede subir bien si se está cargado de cosas”. Por tanto, el secreto de la misión es la renuncia: “para anunciar se necesita renunciar”. E insiste: “una vida de servicio, que sabe renunciar a muchas cosas materiales que empequeñecen el corazón, nos hacen indiferentes y nos encierran en nosotros mismos”.
El Papa luego cuestiona a su auditorio: “¿Cómo es mi subida? ¿Sé renunciar a los equipajes pesados e inútiles de la mundanidad para subir al monte del Señor?”
El Papa recuerda a San Pablo: Dios quiere «que todos los hombres se salven», escribe (1 Tm 2,4). Luego insiste: “El Señor es obstinado al repetir este todos. Sabe que nosotros somos testarudos al repetir “mío” y “nuestro”: mis cosas, nuestra gente, nuestra comunidad…, y Él no se cansa de repetir: “todos”. Todos, porque ninguno está excluido de su corazón, de su salvación…”
Seguidamente subraya: “Esta es la misión: subir al monte a rezar por todos y bajar del monte para hacerse don a todos”.
Subir y bajar: el cristiano, por tanto, está siempre en movimiento, en salida, afirma el Papa. A esto añade: “El testigo de Jesús jamás busca ser destinatario de un reconocimiento de los demás, sino que es él quien debe dar amor al que no conoce al Señor”.
Para el Papa Francisco hay una sola: “Una sola, muy sencilla: hagan discípulos. Pero, atención: discípulos suyos, no nuestros. La Iglesia anuncia bien sólo si vive como discípula. Y el discípulo sigue cada día al Maestro y comparte con los demás la alegría del discipulado. No conquistando, obligando, haciendo prosélitos, sino testimoniando, poniéndose en el mismo nivel, discípulos con los discípulos”.
El Papa finalizó la homilía diciendo: “Estamos aquí para testimoniar, bendecir, consolar, levantar, transmitir la belleza de Jesús. Ánimo, ¡Él espera mucho de ti! El Señor tiene una especie de ansiedad por aquellos que aún no saben que son hijos amados del Padre, hermanos por los que ha dado la vida y el Espíritu Santo. ¿Quieres calmar la ansiedad de Jesús? Ve con amor hacia todos, porque tu vida es una misión preciosa: no es un peso que soportar, sino un don para ofrecer. Ánimo, sin miedo, ¡vayamos al encuentro de todos!”
Por Manuel Cubías