CIUDAD DEL VATICANO—“En todo el mundo, una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual, principalmente por parte de un compañero sentimental. Casi 750 millones de mujeres y niñas que viven hoy en día se casaron antes de cumplir 18 años, mientras que al menos 200 millones de ellas se han visto sometidas a la mutilación genital femenina. Una de cada 2 de mujeres asesinadas en 2017 fue asesinada por su compañero sentimental o un miembro de su familia.
El 71% de las víctimas de la trata en todo el mundo son mujeres y niñas, y 3 de cada 4 de ellas son utilizadas para la explotación sexual”, son algunos datos alarmantes de las Naciones Unidas (ONU), que nos hacen comprender que la violencia contra las mujeres es todavía un fenómeno bastante difundido.
Según la ONU, la violencia contra mujeres y niñas es una de las violaciones de los derechos humanos más extendidas, persistentes y devastadoras del mundo actual sobre las que apenas se informa debido a la impunidad de la cual disfrutan los perpetradores, y el silencio, la estigmatización y la vergüenza que sufren las víctimas. Para mayor clarificación, la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer emitida por la Asamblea General de la ONU en 1993, define la violencia contra la mujer como “todo acto de violencia que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada”.
Por su parte, el Secretario General de la ONU, António Guterres en su Mensaje para este año señala que, las Naciones Unidas están comprometidas a poner fin a todas las formas de violencia contra las mujeres y las niñas.
“Estos abusos se encuentran entre las violaciones de los derechos humanos más atroces, persistentes y generalizadas del mundo, y afectan a una de cada tres mujeres en todo el planeta. Eso significa – precisa Guterres – que puede ser alguien que conozcan. Una familiar, una compañera de trabajo, una amiga. O incluso ustedes”. No olvidemos que las desigualdades de género que alimentan la cultura de la violación son esencialmente una cuestión de desequilibrio de poder. El estigma, los errores conceptuales, la falta de denuncia y la aplicación deficiente de las leyes no hacen sino perpetuar la impunidad.
En este sentido, António Guterres hace un llamamiento a los Gobiernos, el sector privado, la sociedad civil y las personas de todo el mundo para que adopten una postura firme contra la violencia sexual y la misoginia. “Debemos mostrar una mayor solidaridad con las supervivientes, los activistas y los defensores de los derechos de las mujeres. También — señala el Secretario General — debemos promover los derechos de las mujeres y la igualdad de oportunidades. Juntos, podemos —y debemos— poner fin a las violaciones y a las agresiones sexuales de todo tipo”.
Asimismo, la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas, en la persona de su Presidente María Lía Zervino, emitió un Mensaje en el que renueva y acrecienta su empeño para la eliminación de la discriminación y la violencia contra las mujeres.
Ante los alarmantes datos proporcionados por la Naciones Unidas y bajo el lema: ¡Ha llegado la hora! Hombres y mujeres: es urgente convertirnos en agentes de un cambio cultural, la UMOFC recuerda que, “es una necesidad indispensable reconocer el derecho de las mujeres a la educación, al trabajo y al ejercicio de sus derechos políticos.
Además, se debe trabajar para liberarla de presiones históricas y sociales contrarias a los principios de la propia fe y dignidad. También es necesario protegerla de la explotación sexual y tratarla como una mercancía o un medio de placer o ganancia económica. Por esta razón, deben detenerse todas las prácticas inhumanas y las costumbres vulgares que humillan la dignidad de las mujeres y trabajar para cambiar las leyes que impiden a las mujeres disfrutar plenamente de sus derechos”.