CUCUTÁ, Colombia—Al empezar el calor del mediodía, cientos de personas se ponen en una fila afuera de la despensa Divina Providencia para recibir una comida de pollo, frijoles y arroz.
La mayoría son migrantes venezolanos que trabajan en las calles de la ciudad por unos cuantos dólares al día. Para ellos, la comida gratuita marca la diferencia entre mantenerse saludables o arriesgar la malnutrición.
“Empezamos en marzo de 2017, sirviendo a la gente de una única olla”, dijo el padre David Cañas, el director de la despensa, mostrando el lugar a una delegación de donantes. “Ahora, podemos alimentar a unas 6,000 personas al día”.
La masiva despensa ayuda a miles de venezolanos que cruzan a Colombia todos los días para trabajar, o simplemente para buscar comida, a medida que su país cae en una crisis humanitaria sin precedente causada por una economía en declive, violencia y represión política.
El programa ha recibido varios premios y ha convertido al padre Cañas en uno de los más famosos trabajadores de socorro de Colombia. “Yo nunca había hecho algo así antes”, dijo el sacerdote de 43 años. “Pero Dios me ha concedido la gracia de administrar esto y nuestra iglesia está trabajando duro para cuidar de nuestros hermanos venezolanos”.
Cañas dijo que sus esfuerzos por ayudar a los migrantes comenzaron hace tres años, cuando los venezolanos empezaron a llegar a Colombia en grandes números.
En aquel momento Cañas estaba encargado del ministerio de asociaciones eclesiales, como la Legión de María y era también el sacerdote a cargo del cuidado de comerciantes en esta ciudad fronteriza.
Con unos cuantos voluntarios, el padre Cañas puso una carpa fuera de una pequeña iglesia ubicada a unos cuantos bloques de la frontera con Venezuela. En menos de media hora, la comida que habían cocinado se había terminado al venir docenas de migrantes necesitados en busca de una comida gratis.
“Una familia nos pidió la olla y pensamos que querían ayudar a lavarla”, recordó el padre Cañas. “Pero lo que querían era comer las sobras. Entonces nos dimos cuenta de que había que hacer algo más”.
El esfuerzo del padre Cañas para alimentar a los migrantes pronto se convirtió de comidas gratis una vez al mes a una despensa permanente que se estableció con fondos y apoyo logístico de la Diócesis de Cucutá.
A medida la crisis venezolana ha ido en aumento, la despensa se ha expandido y los voluntarios han pasado de cocinar con leña y ollas viejas a usar un equipo industrial que cumple las más altas normas de seguridad.
Hoy día el centro Divina Providencia cocina unas tres toneladas de comida al día. Equipos de voluntarios se turnan para ayudar a servir y preparar las comidas.
“La mayor parte de la comida que ven aquí ha sido donada por el pueblo de Cucutá”, dijo el sacerdote que ha utilizado sus conexiones con los comerciantes de la ciudad para colectar donativos.
Dice que también recibe ayuda de donantes internacionales, incluyendo el Alto Comisionado para Refugiados de la ONU, que ayudó a construir servicios sanitarios, el Programa de Alimentación Mundial, que paga a algunos de los miembros del personal, y la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, que ha ayudado a comprar equipo de cocina.
La despensa también ha enviado comida a Venezuela a través de obispos y sacerdotes de ese país que vienen de visita, ya que las agencias humanitarias tienen problemas para entregar alimentos a Venezuela por la desconfianza del gobierno respecto a la ayuda internacional.
El padre Cañas dijo que, mientras que haya personas con necesidades en la frontera, la iglesia seguirá alimentándolas. El ahora maneja una operación muy compleja, pero dijo que todo empezó con una idea muy sencilla.
“Esta es una tarea de fe”, dijo. “Es la iglesia cumpliendo su misión de ayudar a los pobres”.
Por Manuel Rueda