Obispo salvadoreño, contemporáneo de san Óscar Romero, muere a los 89

El difunto obispo Eduardo Antonio Alas habló sobre su relación con San Oscar Arnulfo Romero, quien fue canonizado el 14 de octubre de 2018. (Foto Diario1.com-Nelson Dueñas)

WASHINGTON—El obispo emérito Eduardo Alas Alfaro, prelado salvadoreño y contemporáneo del arzobispo Óscar Romero, mencionado varias veces en el diario publicado del santo salvadoreño, murió en su tierra natal de Chalatenango el 27 de febrero, el 32 aniversario de su ordenación como obispo. Tenía 89 años.

El obispo Alas, quien murió por causas naturales, fue el primer prelado de la Diócesis de Chalatenango, en el norte de El Salvador, una de las zonas más maltratadas durante los 12 años de guerra civil del país.

“Al él le tocó un tiempo tremendo aquí, fue en los periodos de la guerra, le tocó asistir a víctimas del conflicto armado”, dijo Monseñor Oswaldo Escobar Aguilar de Chalatenango, el tercer y presente obispo de la diócesis, en una entrevista telefónica el 27 de febrero con Catholic News Service.

El obispo emérito Eduardo Alas Alfaro, un prelado salvadoreño y contemporáneo de san Oscar Romero, murió el 27 de febrero. (Foto CNS-Cortesía de Carmen Lara)

Durante la guerra, el obispo Alas era conocido por su afán de salir a dejar alimentos y otras necesidades a los feligreses de la zona en un camión, arriesgando su vida y su seguridad para hacerlo.

“Su famoso Jeep Toyota, servía de ambulancia, taxi, de grúa para sacar buses de los atolladeros y él era el motorista en cada ocasión”, dice una nota sin fecha del periódico Orientación de la Arquidiócesis de San Salvador. “Muchas veces dejaban tomar el bus, para que el padre los llevara a Chalatenango en su carro y porque yendo con él, los atendían rápidamente en el hospital”.

Durante la guerra, usó el vehículo para rescatar a soldados heridos, para salvar a gente que desertaba, gente que estaba en las listas para ser asesinados, dijo Monseñor Escobar.

El obispo Alas sirvió en el departamento de Chalatenango como sacerdote en una época cuando sacerdotes católicos, religiosos y religiosas y catequistas laicos eran regularmente desaparecidos o asesinados por escuadrones de la muerte en un área conocida por simpatizar con las guerrillas que luchaban contra un gobierno de derecha. Católicos asesinados en la zona de Chalatenango incluyeron a mujeres estadounidenses: dos misioneras Maryknoll que sirvieron en la diócesis y que fueron asesinadas junto con otra monja estadounidense y una misionera laica en 1980.

Monseñor Alas nació en 1930 en San Rafael, y se concentró en catequesis y en la instrucción religiosa desde el momento en que fue ordenado en 1960, según la nota en Orientación. Aparece varias veces en el diario de san Oscar Romero, incluso en un instante en el cual le ayuda al futuro santo en un acto de reparación el 4 de enero de 1979, después de que la Eucaristía fuera robada de una iglesia en un área donde sirvió.

“Era amante de la Eucaristía” y fue un hombre de gran oración, por eso manifestó amor hacia los demás, dijo el obispo Escobar.

San Romero dice en su diario que fue “impresionante” escuchar a hombres, mujeres y jóvenes expresar una profunda solidaridad con la iglesia y con su pastor y que el padre Alas le habló sobre el crecimiento que experimentó sirviendo al pueblo de Dios en los alrededores rurales de Chalatenango. El futuro santo dijo que después de esa reunión, él también sintió que había experimentado un crecimiento espiritual y estaba más convencido de su “deseo de servir a este pueblo de Dios que el Señor me ha encomendado”.

“San Oscar Romero valoro grandemente a nuestro querido (padre) Eduardo Alas, quien nueve años después se convierte en el primer obispo de Chalatenango”, escribió el obispo Escobar en una serie de columnas de 2019 en Orientación. “Las expresiones cariñosas de nuestro santo por Monseñor Eduardo son abundantes, destaca en él con mucha lucidez su talante humano y pastoral”.

La admiración era mutua. En un artículo de mayo de 2015 escrito antes de la beatificación del arzobispo Romero, el periódico Diario1.com le preguntó al obispo Alas si conocía a otra persona como el futuro santo.

“Sí, conozco a otra persona”, respondió. “A Jesús de Nazareth. Monseñor Romero era el discípulo de Jesús de Nazareth. Un discípulo en serio, de verdad. Claro, no voy a decir igual, pero sí una persona cuya copia o réplica sería monseñor Romero”.

Monseñor Alas fue uno de ocho hijos de su familia que ingresaron al seminario, pero solo él y otro hermano fueron ordenados. Fue elevado a obispo de la naciente diócesis de Chalatenango el 27 de febrero de 1988, por el entonces papa Juan Pablo II, quien lo llamó “el obispo de la montaña”, dijo el obispo Escobar. Monseñor Alas renunció en 2007 debido a su salud.

La enfermedad, de una forma u otra, marcó su vida, y por eso, su camino al sacerdocio no fue fácil. Trató de ingresar a la orden salesiana en su adolescencia, pero a menudo estaba enfermo y no mostraba mucha aptitud para los libros, dice el artículo en Orientación, y agrega que el superior de la orden le dijo: “Hijo mío, tú no puedes seguir estudiando, regresa a tu pueblo y sigue sembrando maicillo”. Trató de unirse a una comunidad de padres Somascos, pero solo le dieron oficios manuales, siguió enfermo y terminó por irse. Finalmente ingresó al seminario de San José de la Montaña, pero como ayudante de cocinero, antes de que finalmente otro sacerdote lo recomendó para el seminario, dice la nota.

El legado del obispo Alas es su sencillez, su ternura, y será recordado como un obispo que “se sacrificó por sus ovejas cuando los buscaban”, un obispo que era “pobre entre los pobres”, dijo el obispo Escobar. No era alguien que buscaba intereses económicos o prestigio, pero le encantaba decir: “en querer, nadie me gana”, recordó el obispo Escobar.

La diócesis tiene planificada una Misa de entierro el 29 de febrero, y será enterrado en la catedral de Chalatenango el mismo día.

“La sensación es de que un santo ha muerto”, dijo Monseñor Escobar, quien por ayudó a cargar el ataúd su predecesor dentro de la catedral donde sirvió. “Era un obispo digno. Yo quisiera aunque sea llegar a la suela de sus zapatos. Siempre tuvo esa dulzura”.

Por Rhina Guidos