LA HABANA, Cuba—Cuando el cardenal de Nueva York Timothy M. Dolan y un grupo de su arquidiócesis visitaron Cuba en febrero, dedicaron gran parte de su viaje misionero a realizar lo que muchos voluntarios y empleados de organizaciones católicas en la isla hacen: visitar, alentar y cuidar a los ancianos.
Este se está convirtiendo en un servicio crítico en la isla a medida que la tasa de natalidad de Cuba se desploma. El dolor económico causado por sanciones y una economía en dificultades ha enviado a los jóvenes de la isla y a las personas de mediana edad a emigrar a tierras lejanas, dejando un gran vacío en el cuidado de una población anciana en crecimiento. En solo unos años, para 2025, se espera que el porcentaje de isleños mayores de 60 años crezca al 30 por ciento.
Considerando que más del 20 por ciento de los cubanos tiene 60 años o más, Cuba reclama el título de ser la nación “más anciana” de América Latina.
Los economistas han especulado durante mucho tiempo lo que esto significará para el futuro de la isla, ya que no hay reemplazos para los trabajadores, y cada vez son menos los recursos para financiar el programa de pensiones a medida que los ancianos se jubilan.
La carga no es meramente económica. Mientras integrantes de las familias dejan la isla, las instituciones sin fines de lucro, incluidas muchas organizaciones católicas, han tenido que asumir el papel de estos, lidiando con el cuidado del creciente número de ancianos en un entorno de escasez.
En la ciudad de Camagüey, en el este de Cuba, existe una residencia para ancianos llamado Centro Monseñor Adolfo Rodríguez, en honor al primer arzobispo de la Arquidiócesis de Camagüey. En dicho centro, un pequeño grupo de religiosas de la orden fundada por el italiano San Camilo de Lellis –cuyo carisma es cuidar a los enfermos– sonríe y consuela a algunos de los residentes permanentes y a los que llegan para el cuidado diario, terapia o una dosis de medicamentos.
“Corrió demasiado en su juventud”, dijo el cardenal Dolan, mientras bromeaba el 9 de febrero con un hombre que recibía terapia para sus piernas en el centro de atención para personas mayores. Aunque tardó 13 años en construirse, el centro se ha convertido en una instalación indispensable para brindar atención a los ancianos del área que de otra manera no la recibirían, dijo el arzobispo Wilfredo Pino Estévez de Camagüey. Gran parte de la instalación fue financiada con dinero del exterior, proveniente de laicos católicos camagüeyanos que quisieron ayudar a su ciudad natal, añadió.
El 10 de febrero, visitando el otro extremo de la isla, el Cardenal Dolan continuó dando ánimo, abrazando y bromeando en el Hogar Santovenia, donde las Hermanas de los Ancianos Abandonados, junto con el personal y voluntarios católicos, atienden a personas mayores que han sido olvidadas por sus familias.
Mientras que parte del cuidado de las personas mayores es financiado por el gobierno, la congregación católica está a cargo de la mayoría de los costos de su cuidado, alimentos y medicinas. Al igual que muchas organizaciones católicas, las hermanas dependen de donaciones provenientes del exterior para mantener sus puertas abiertas.
Lo mismo ocurre con Cáritas Cuba, dijo Maritza Sánchez Abillud, directora de la organización, al referirse a donaciones que vienen de Alemania, Estados Unidos y otros lugares que ayudan a los empleados a llevar a cabo su misión.
La directora de Cáritas Cuba explicó al cardenal sobre la labor que realiza su organización, no solo cubriendo las necesidades diarias de los ancianos, a través de las 11 oficinas diocesanas de Cáritas en la isla, sino también ayudando a algunos de ellos a reconocer su valor en la sociedad, pese a encontrarse en situación de pobreza, no poder trabajar, tener una pensión baja y, en algunos casos, haber sido abandonados por sus familias que emigraron.
“Cáritas tiene la misión de tratar de escuchar el grito de los pobres, no solo en lo que respecta a las necesidades materiales, sino también a la liberación de la persona y su desarrollo humano”, dijo Sánchez al grupo de la Arquidiócesis de Nueva York que visitaba la isla el 10 de febrero.
Cáritas Cuba, el brazo de servicios humanitarios y sociales de la Iglesia Católica en la isla, opera de manera muy similar a Caridades Católicas en los Estados Unidos, cuidando a las poblaciones más vulnerables de Cuba, incluidos a los niños en riesgo, enfermos y discapacitados y hombres y mujeres que viven con VIH/SIDA, así como apoyando también a las víctimas de desastres naturales.
Pero su población más grande y creciente de beneficiarios se ha convertido la de los ancianos. Las severas sanciones de los Estados Unidos y sus amenazas contra los países que hacen negocios con Cuba provocan que incluso obtener alimentos básicos como los huevos sean un desafío diario, siendo más difícil aún adquirir medicamentos para ayudar con las innumerables dolencias que afectan a los ancianos.
El personal y voluntarios de Cáritas pueden ir a la tienda para tratar de comprar alimentos básicos, pero lo único que se puede encontrar a veces son estantes vacíos, dijo Sánchez. Cada día hay menos productos en los estantes y la comida o material que queda es costosa, agregó.
Los medicamentos que Cáritas puede proporcionar provienen de otras organizaciones católicas, como Catholic Relief Services, cuyo apoyo también permite proporcionar una alimentación básica, servicios de lavandería y programas para mantener el ánimo de una población propensa a la depresión o la falta de autoestima a consecuencia del completo abandono de sus familiares.
Con un número creciente de clientes y sin espacio físico suficiente para acomodarlos, “tenemos que ser creativos, a pesar de la escasez”, dijo Sánchez. A veces, los voluntarios ofrecen sus hogares como lugares de reunión para organizar talleres y enseñar a los ancianos el autocuidado básico, y también para recordarles de “vivir la vida a la plenitud”. Incluso este servicio se ve afectado por la emigración, agrego Sánchez.
A veces, los voluntarios, como la familia de los ancianos, también terminan abandonando Cuba de forma permanente, indico Sánchez, llevando consigo un recurso crítico e invaluable para los pobres ancianos de la isla: la compasión.
“En Estados Unidos, nosotros intercedemos por los pobres (al gobierno)”, dijo el cardenal Dolan a Sánchez durante su visita en febrero a la sede de Cáritas en La Habana, preguntando si eso era posible en Cuba.
“Estamos hablando de dos realidades diferentes”, respondió Sánchez.
Si bien hay oportunidad para dialogar con el gobierno, la escasez afecta a toda la isla, dijo Sánchez.
“Tratamos de hacer lo que podemos, pero simplemente no tenemos instituciones”.
Aunque es una tarea difícil y la “hemorragia”, que es la migración, permanecerá afectando la atención que reciben los ancianos, el trabajo de la iglesia continuará, dijo Sánchez, pero no sin la ayuda de afuera o de arriba. “Sin el Espíritu Santo, es imposible”, añadió.
Por Rhina Guidos