Pidamos a nuestro Salvador que nos ayude, que camine con nosotros

Un hombre reza el 21 de marzo de 2020 en la Iglesia de San Patricio en Huntington, Nueva York, durante la pandemia de coronavirus. (Foto CNS-Gregory A. Shemitz, católico de Long Island)

Nota del editor: Esta es una de una serie de reflexiones pastorales y personales sobre la vida en este momento de pandemia. El obispo Seitz de El Paso, Texas, escribe esta reflexión titulada “¿Quién está a cargo aquí de todos modos?” para Catholic News Service. Esta es la primera de una serie de reflexiones ocasionales que CNS ofrecerá escrita por algunos obispos católicos de EE. UU.

Parece que estuviésemos en mares desconocidos. Sin duda la mayoría de nosotros no recordamos haber vivido un momento como éste a lo largo de nuestras vidas. Hemos escuchado sobre pestes como el ébola y nos da escalofrío solo pensar que la gente en el otro lado del mundo lo haya padecido. ¡Pero nunca había pasado acá!

Aquí en EE.UU., teníamos todo bajo control. Somos los más prósperos, la nación tecnológicamente más avanzada del mundo. Indudablemente teníamos retos, pero aun así teníamos las cosas bajo control.

Pero, de pronto, un diminuto nuevo virus apareció. Le pusieron el nombre de corona por su forma. ¿Qué lindo, no? Comenzó su viaje doblegando a la orgullosa dictadura de China. ¡Qué pena! Después, empezó a hacer camino hacia otros lugares. Pronto empezó a interrumpir nuestros planes de viaje. ¡Qué desconsiderado!

El virus siguió su persistente ataque hasta que llegó a nuestras benditas tierras. ¡Y sin visa! Y empezó a descubrir que simplemente somos tan vulnerables como el resto del mundo. Ningún tipo de tecnología ha sido capaz de detenerlo. Nuestro ejército, el más poderoso del mundo, es impotente contra este enemigo que ni podemos ver.

A medida que se iba acercando más y más a nuestras comunidades, nuestra preocupación empezó a crecer. Empezamos a sentir miedo por nosotros mismos y nuestros seres queridos. La reacción inicial fue combatirlo usando el arma de la que más nos gusta usar contra el miedo y el sufrimiento: ¡Empezamos a comprar! Empezamos a vaciar los negocios. Si tan solo pudiéramos tener toda la comida y el papel higiénico que posiblemente podríamos necesitar, entonces nos sentiríamos mejor. Pero la verdad es que no hay cosa material que pueda hacerlo esta vez.

En un momento como este, nos damos cuenta en el fondo del corazón que solo existe un ser que puede ayudarnos. Necesitamos un superhéroe. Necesitamos que Dios venga al rescate y repare esta situación, como un genio en la botella que nos cumplirá nuestro deseo. Pero, al fin y al cabo, ¿dónde está Dios? ¿Por qué Dios, si es que Dios está ahí, ha permitido que pase esto? Y ¿por qué no arregló las cosas cuando se lo pedimos?

Tal vez debemos empezar por no culpar a Dios. Quizá debemos empezar por analizarnos. No quiero decir que esto fue causado por nosotros. No somos tan poderosos. Pero mírense a sí mismos para conocer la verdad sobre nosotros –hemos vivido una ilusión. Nosotros, en Estados Unidos, no controlamos nada. Consumir nunca va a llenar el vacío en nuestros corazones. No habrá droga, legal o no, no habrá alcohol, no habrá comida, no habrá pornografía o sexo, no habrá dinero que llene ese lugar dentro de nosotros que está reservado para el amor de nuestro creador.

Este mundo es un lugar temporalmente inoperante, un lugar que no es nuestro hogar permanente y ningún poder en la tierra va a transformarlo en nuestro paraíso. Dios no es un mago que hará eso por nosotros.

Estamos terminando la Cuaresma, empezando la Pascua. No son realmente dos estaciones distintas. Ambas son una procesión ininterrumpida con nuestro Salvador por toda su vida que puede proyectarse en nuestro camino, mediante la aparente derrota en su crucifixión y muerte, a esa gloriosa mañana de Pascua y más allá.

¿Puedes verlo caminando entre las nubes y la neblina, de pie sobre los mares desconocidos de nuestras vidas de hoy? Puedes escucharlo diciéndonos: “¡No tengas miedo! ¡Estoy contigo!” ¡Sí! El Resucitado está en medio de nosotros. Parecía que había sido vencido por el presente fracturado y de la maldad en nuestro mundo. Tal vez tuvimos una ilusión de que estábamos al mando. ¡Nos habíamos olvidado de que Jesús vino en un momento tal como éste!

¡Búscalo ahora! Pidamos a nuestro Salvador que nos ayude, que camine con nosotros, que nos salve. Así como los discípulos que se encerraron en sus casas por miedo, nosotros también, pero él aparecerá entre nosotros y nos dirá: “¡La paz esté con ustedes!”

Por Monseñor Mark. J. Seitz