WASHINGTON—Tanya Granillo de Vásquez pensaba que si el coronavirus iba a entrar a su apartamento en Uniondale, New York, sería por su esposo Juan, quien trabaja en un supermercado. Pero en abril, fue ella quien dio positivo a una prueba de COVID-19, la enfermedad que causa el virus. Aunque la prueba de su esposo salió negativa, ella se convirtió en uno de los casi 300,000 neoyorquinos infectados con el coronavirus –según datos del 28 de abril.
En varios sentidos, ella se considera afortunada. Sus síntomas son principalmente leves. Aunque no tiene familiares cercanos que le ayuden a cuidar a su niño, su esposo ha podido quedarse en casa para cuidar a Robert, de un año de edad, mientras ella trata de aislarse de su familia o cuando los dolores en su cuerpo se vuelven demasiado fuertes para cuidar efectivamente a su hijo.
Pero a su alrededor, ella ha escuchado y visto historias de lo que otros hispanos en Nueva York –muchos de ellos inmigrantes– están encarando debido a la pandemia del coronavirus.
“Conocimos una familia completa, que no quisieron ni hacerse la prueba. Les dio miedo por no tener papeles … Ellos todos estaba mal y, en un apartamento, siete personas, todos enfermos”, dijo Vásquez el 23 de abril en un mensaje de WhatsApp a Catholic News Service (CNS). “En el trabajo de Juan, se han muerto dos señores y hay dos más en el hospital”.
Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, dijeron en un reciente comunicado que “la información actual sugiere que personas en grupos minoritarios étnicos y raciales están desproporcionadamente enfermando y muriendo”, en particular latinos y afroamericanos.
Según la agencia, en EE.UU. los índices de mortalidad por COVID-19 entre negros o afroamericanos y latinos han sido “considerablemente más altos” que en otros grupos. Las estadísticas son más evidentes en la ciudad de Nueva York, el epicentro de la pandemia en el país. El alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, dijo a principios de abril, refiriéndose a las disparidades, que 34% de los que murieron en la ciudad debido al COVID-19 eran latinos, quienes representan el 29% de la población de la ciudad, y afroamericanos que constituyen el 28% de los fallecimientos en la ciudad aunque son el 22% de la población.
“La verdad es que de muchas maneras los efectos negativos del coronavirus –el dolor que está causando, la muerte que está causando– es comparable con otras profundas disparidades en el cuidado médico que hemos visto por años y décadas en la ciudad”, dijo de Blasio el 14 de abril.
Pero Nueva York no es la excepción.
A mediados de abril, el Departamento de Salud de Iowa señaló que los latinos representan casi el 20% de los residentes del estado con casos confirmados de COVID-19, aunque son el 6.2% de la población. Y aunque las cifras parecen ser elevadas, algunos sospechan que aun esas no reflejan la realidad.
Cerca de la capital de Estados Unidos, el padre Edgardo Jara, conocido como “Padre Lalo”, sirve en una parroquia predominantemente latina en un vecindario llamado Langley Park, cerca de Silver Spring, Maryland, donde su comunidad franciscana sirve a inmigrantes de El Salvador, Guatemala, Haití y Bangladesh, entre otros.
Por medio de las pequeñas comunidades cristianas a las que acuden regularmente parroquianos para reflexionar sobre las escrituras y el catecismo, padre Jara ha podido ver la gente detrás de cifras nacionales. Muchos son trabajadores en áreas esenciales que siguen acudiendo a los sitios de construcción, madres y padres que limpian oficinas u hospitales o personas que trabajan en supermercados.
Algunos tienen seguro médico, otros no, y algunos no tiene la documentación para estar legalmente en el país. Por esas complicaciones, se les hace difícil a algunos de ellos buscar la asistencia médica que pueden necesitar y la cual brindaría un panorama real del COVID-19 en el país.
“Han incrementado los casos de parroquianos (con COVID-19)”, dijo el 23 de abril durante una entrevista telefónica con CNS. Pero es difícil saber el número de personas afectadas. Así como Vásquez en Nueva York, dijo, él también ha escuchado de casos en los cuales la gente se queda en casa sin hacerse la prueba y, uno a uno, los miembros de la familia empiezan a contraer el virus sin acudir a un médico.
En algunas comunidades, las autoridades sospechan que la gente puede incluso haber fallecido por la enfermedad en el hogar.
“En la mañana, me llamó una que vive con seis en la casa y posiblemente después van a salir los otros contagiados”, dijo el sacerdote. “Y así, luego escuché que hay cuatro casos más en las pequeñas comunidades”.
Muchos no tienen seguro médico, son de la clase obrera y no pueden pagar entre $400 a $500 por persona que les costaría hacerse la prueba –dijo–. Y eso en el caso que pudieran conseguir que les hagan la prueba.
Los parroquianos que pertenecen a las pequeñas comunidades de iglesia católica San Camilo de Silver Spring han comenzado a reunirse virtualmente para implementar un plan de acción en caso de que un miembro se enferme, lo que implica buscar alimentos y dejárselos en la puerta de la casa –según el padre Jara.
“Obviamente hay una parte espiritual, orando por ellos”, agregó. “Hay que mantener ojo abierto por si sale un caso o que necesiten ayuda aunque no tengan el coronavirus pero pueden estar afectados de otra forma (haber perdido el trabajo). Hay que estar pendiente de la situación”.
Y eso es un destello de belleza espiritual en medio de la disparidad que algunas de las comunidades étnicas encaran, dijo la hermana Patricia Chappell, de las Hermanas de Notre Dame de Namur, quien desde hace mucho se involucra en varias iniciativas de la iglesia vinculadas con la raza y el racismo.
Donde las autoridades civiles o la sociedad han fallado en proveer asistencia, los miembros de la iglesia salen al frente — dijo.
Como algunos de los afectados no tienen permiso legal para estar en los Estados Unidos, no pueden beneficiarse de la asistencia por desempleo ni recibir el cheque de estímulo económico o algún otro beneficio. Pero eso no significa que van a ser abandonados por sus comunidades espirituales.
“Lo que yo sí sé, con muchas de estas comunidades religiosas, es que somos muy espirituales”, dijo la hermana Chappell en una entrevista con CNS el 24 de abril. “En muchas de nuestras comunidades, hemos pasado por muchas dificultades. Conocemos el dolor: sabemos del sufrimiento. Lo que veo, es que he podido ver a gente en esas comunidades acercarse y ayudar a los demás. Sí sé que cuando la gente va al supermercado (para cubrir sus propias necesidades), también compran leche o pan y papel higiénico y están siendo muy generosas y comparten con sus vecinos”.
Así como en Silver Spring, otras comunidades inmigrantes y étnicas se han organizado para ayudar a sus vecinos de manera informal.
“Estamos recaudando dinero para ayudar a resolver esta crisis dentro de nuestra comunidad, ya sea ayudando a recaudar dinero para comida o alquiler o atención médica “, dijo la hermana Chappell.” Somos personas muy espirituales. Somos personas muy resistentes y, como comunidad, no nos rendimos. Somos personas muy optimistas y esta pandemia, tan dolorosa como es, por mucho que veamos disparidades, en términos de cómo afecta a nuestras comunidades, no solo sobreviviremos, sino que prosperaremos al salir de esto “.
Mientras tanto, la iglesia institucional, dijo, necesita presionar a las autoridades para que actúen y examinen los problemas profundos que rodean las disparidades y hagan algo al respecto, ya que la iglesia a nivel de parroquia continúa ayudando a quienes están en sus alrededores.
“He visto tanto amor en nuestras comunidades en este momento; quizás lo que ha hecho esta pandemia, nos ha permitido ponernos en contacto con la esencia de cada uno”, dijo la hermana Chappell. “Nos ha dado tiempo para apreciar quiénes somos y a quién le pertenecemos. Nos ha dado tiempo para orar juntos”.
Por Rhina Guidos