LIMA, Perú—Diego Ramírez, un padre soltero que vive en una aldea rural en el sur de Guatemala, trabajaba en un restaurante y mantenía una granja de pollos, vendiendo las aves en un mercado para mantener a sus tres hijas.
Luego se produjo la pandemia del coronavirus y en abril los funcionarios guatemaltecos ordenaron el cierre del país en un esfuerzo por prevenir la propagación de la enfermedad, que había llegado junto a un residente que regresó a su hogar desde Europa.
Con el restaurante y el mercado cerrados, Ramírez está vendiendo sus pollos uno por uno para mantener a flote a su familia. Frente a un futuro incierto, la fé que tiene es lo que hace que siga adelante.
“Solo Dios sabe lo que sucederá con esta pandemia”, comentó. “Sé que pasará, solo que tomará tiempo”.
América Latina es ahora el epicentro de la pandemia, con Brasil liderando la lista como el país con mayor número de casos y muertes, seguido por Perú. La región ha reportado casi 1 millón de casos y unas 50,000 muertes, aunque las autoridades dicen que las cifras reales son probablemente más altas.
Junto a la crisis de salud ha llegado también una crisis económica a una región donde millones de personas tienen trabajos informales, tales como vendedores ambulantes o de mercado, taxistas o trabajadores domésticos, que dependen de los ingresos de cada día para satisfacer sus necesidades.
Con países enteros confinados en un esfuerzo por evitar hospitales colapsados de pacientes con COVID-19, esos trabajadores vieron desaparecer sus ingresos, seguidos de sus escasos ahorros.
El aislamiento de Argentina, una de las cuarentenas más duras del hemisferio, ha durado más de 70 días y no se levantará hasta por lo menos el 8 de junio. Los funcionarios de la iglesia han respaldado las medidas estrictas, a pesar del pronunciamiento de políticos de la oposición para reiniciar la economía.
“Hemos puesto la salud como prioridad (porque) los vulnerables sienten el mayor impacto”, expresó el padre Miguel Ángel Moreyra, vicario parroquial del Santuario de San Cayetano en Buenos Aires, un templo donde las personas que están en busca de trabajo van a rezar.
La pandemia se está extendiendo en las villas, a las afueras de Buenos Aires, donde las parroquias están alimentando a los hambrientos y los sacerdotes han convertido sus iglesias en lugares donde los ancianos pueden autoaislarse.
“El mayor problema que tenemos es la falta de trabajo y el hambre”, expuso el obispo Eduardo Horacio García de San Justo, en los suburbios de Buenos Aires. El dijo que su comedor de beneficencia ahora sirve 11,000 comidas diarias, presentando un aumento 11 veces más alto en comparación al número de comidas que se servían antes de la pandemia.
Para complicar las cosas, Argentina debe renegociar su deuda internacional, la misma que acaba de incumplir por novena vez en su historia.
“Cuando termine esta pandemia, la falta de trabajo, la falta de actividad comercial y la deuda van a producir un colapso social y económico en Argentina”, señaló el obispo García.
México planeaba reabrir su economía el 1 de junio pero los casos y muertes por el COVID-19 continúan aumentando y críticos dicen que no se están contando apropiadamente las vidas perdidas. El país ha registrado más de 9,000 muertes por el COVID-19, según la secretaría de salud, que originalmente predijo un número de muertes de aproximadamente 6,000.
Los sacerdotes han cuestionado la política de salud de México, señalando que el país respondió lentamente a esta emergencia de salud y nunca impuso una cuarentena estricta.
Funcionarios del gobierno dijeron que querían evitar perjudicar a las personas pobres que trabajan en la economía informal. La respuesta oficial también prometió “austeridad” y recortes gubernamentales, en lugar de un estímulo económico, dejando a millones de personas que no están registradas en programas sociales a su suerte.
“Si hubiéramos tenido una cuarentena real de tres semanas … esto habría sido controlado”, dijo el padre Rogelio Narváez, director nacional de Cáritas, que ha organizado programas para alimentar a los hambrientos y para escuchar a las personas que sufren psicológicamente.
El país ahora enfrenta una “crisis de hambre” y una economía colapsada, agregó.
Colombia, con 28,000 casos de COVID-19, hasta ahora se ha librado de algunos de los problemas que enfrentan sus países vecinos como Brasil y Perú. Sin embargo, el distanciamiento social y el confinamiento tienen un precio alto: el desempleo se duplicó al 20 por ciento en abril, según cifras del gobierno.
Obras de construcción, fábricas y algunas tiendas han podido reiniciar sus actividades, pero a muchas personas todavía les cuesta ganarse la vida.
Con locales de música en vivo cerrados y nadie contratando músicos para fiestas, el cantante de mariachis Máximo González y su banda de cinco miembros caminan por calles residenciales de Bogotá. Ellos interpretan sus canciones frente a edificios de apartamentos, esperando que los residentes les arrojen propinas desde arriba.
“Somos músicos profesionales”, expresó González. “Pero ahora no tenemos otra fuente de ingresos. Lo único que podemos hacer es entretener a las personas en sus hogares y depender de su colaboración”.
A otros les ha ido peor. Alejandro Romero, inmigrante venezolano, vendía dulces y cigarrillos en las calles de Bogotá antes de la pandemia, pero la policía confiscó sus productos cuando lo encontraron vendiendo durante el confinamiento. Ahora deambula por las calles de la ciudad con su esposa e hijo pidiendo caridad.
“Lo más difícil es conseguir dinero para el alquiler”, indicó Romero mientras esperaba un paquete de comida gratis afuera de la Iglesia de Nuestra Señora de Lourdes en Bogotá. “Pero afortunadamente, hay personas humildes con buenos corazones que nos han ayudado”.
En algunos lugares, los vecinos se han unido para enfrentar la crisis juntos.
En El Salvador, las personas mayores temen el virus, pero también temen ser una carga económica para sus hijos que han perdido sus ingresos durante el aislamiento que comenzó en marzo, comunicó Yessenia Alfaro de 43 años, coordinadora de Unbound de ese país, una fundación católica sin fines de lucro que trabaja con familias de todo el mundo.
Las madres que tienen hijos se ofrecen como voluntarias para cuidar a los vecinos mayores que no tienen familiares cerca, controlando su bienestar y proporcionándoles alimentos o ayudándoles a obtener medicamentos, señaló Alfaro.
Las familias en un vecindario de bajos recursos, ubicado en una colina con vista a Lima, la capital de Perú, se han organizado para hacer alcanzar sus presupuestos durante la crisis económica, dijo Jael López de 36 años, quien coordina el programa de Unbound allí.
Los peruanos tienen permitido salir de sus hogares solo para comprar alimentos o medicinas. Sin embargo, debido a que solo alrededor de la mitad de los hogares del país tienen refrigeradores, las personas en los vecindarios más pobres deben comprar alimentos con mayor frecuencia, y los mercados aglomerados se han convertido en puntos críticos para propagar el virus.
Para limitar la exposición, algunos vecindarios han elegido a personas para realizar las compras de múltiples familias, explicó López. Las familias también comparten sus alimentos con varias personas, cocinando en ollas comunes y entregando la comida en los hogares para tener mínimo contacto.
En Venezuela, la desnutrición está en aumento ya que la cuarentena ha dejado a miles de personas sin trabajo. En abril, el 18 por ciento de los niños pesados por un programa de salud de Cáritas estaban gravemente desnutridos, explicó Janeth Márquez, directora de Cáritas Venezuela.
Venezuela ha tenido relativamente pocos casos de coronavirus, esto debido a que llegan pocos vuelos internacionales y porque la escasez de gasolina ha limitado la capacidad de las personas para poder viajar dentro del país. Sin embargo, Márquez advirtió que la cifra de contagios podría aumentar a medida que las personas regresen a trabajar.
Esto podría ser devastador en el país, donde los hospitales han estado insuficientemente financiados durante años, carecen de personal y con frecuencia sufren de escasez de energía y agua.
La parroquia Nuestra Señora de Chiquinquira en Caracas ha estado entregando paquetes de granos y arroz a las personas que suelen ir a la despensa de alimentos del templo. La iglesia está cerrada para evitar el contagio pero el pastor, el padre Luis Salazar, transmite sus misas a través de Instagram Live. Eso lo ha ayudado a mantenerse en contacto con los feligreses mientras otros sacerdotes luchan por llegar a los fieles.
“Alrededor de unas 2.000 personas sintonizan la misa los domingos”, expresó el padre Salazar, conocido en Venezuela por sus videos de Instagram sobre las enseñanzas bíblicas. “Hacer esos videos me ha ayudado mucho”.
Por Barbara Fraser