BOGOTÁ, Colombia – El doctor José Gregorio Hernández fue muy bien conocido por su atención gratuita a cientos de pacientes pobres, y porque pasó los últimos años de su vida ayudando a venezolanos a combatir la enfermedad durante la pandemia de la gripe española de 1918.
El doctor venezolano –cuya causa de beatificación, un paso antes de la canonización o reconocimiento de santidad, ha sido aprobada– también trató en dos ocasiones de ser sacerdote.
“Es una figura que une a todos los venezolanos sin distinción de raza, religión o afiliación política”, dijo el padre Gerardino Barachini de la iglesia de La Candelaria en Caracas. “Y yo estoy convencido de que esto va a traer para Venezuela un renacimiento spiritual”.
Hernández nació en una aldea remota de la cordillera de los Andes, pero llegó hasta la capital del país para estudiar medicina en un momento en que los hospitales eran escasos y los médicos viajaban en carros de caballo.
Poco después de graduarse de la escuela de medicina en 1888, Hernández recibió una beca para estudiar en París, donde se especializó en bacteriología y anatomía patológica. Después de regresar a Venezuela se convirtió en profesor de universidad y fundó el primer laboratorio de bacteriología del país. Pero también visitó a cientos de pacientes en sus hogares, trabajando como médico general.
Los estudiantes de medicina de Venezuela ahora estudian su vida y su tiempo.
“Era un científico excelente”, dijo el doctor Leopoldo Briceño, presidente de la Academia Venezolana de Medicina. “Pero también un humanista. El hacía visitas a domicilios y no le cobraba al que no tenía con que pagar. Incluso iba a la farmacia y les comparaba las medicinas”.
Hernández se hizo muy conocido por sus servicios de caridad, especialmente porque a principios del siglo XX, los cuidados de salud pública en Venezuela estaban muy limitados. Cientos dicen que los salvó cuando se encontraban al borde de la muerte.
Cuando un dictador cerró la principal universidad de la nación en 1908, Hernández fundó, con varios colegas, una universidad privada, enfrentándose así al establecimiento político.
Hernández también era profundamente religioso. Durante un viaje a Italia en 1909, entró en el seminario, pero le enviaron de regreso a casa a los dos meses a causa de problemas de salud. Otro intento de ser sacerdote falló en 1913, también por motivos de salud.
Hernández murió en Caracas en 1919; fue atropellado por un automóvil al salir de la casa de un paciente. Después de su muerte miles de venezolanos empezaron a rezarle pidiendo la salud.
Las estatuillas de Hernández que normalmente lo retratan vestido con traje negro y sombrero se convirtieron en artículos domésticos comunes. Una industria casera de centros de salud Hernández ha surgido en Venezuela y en países vecinos como Colombia, donde los curanderos tradicionales tratan de invocar su espíritu para tratar a sus pacientes.
Aunque la iglesia no aprueba esta práctica, muestra la reverencia que siente la gente hacia el doctor.
“Hay gente que es judía, evangélicos, protestantes, gente agnóstica que no cree en la iglesia y le piden a José Gregorio”, dijo el padre Barachini.
Hernández se había hecho tan popular que en 1975 la arquidiócesis de Caracas trasladó sus restos desde un cementerio donde se reunían sus seguidores, y los colocó en una iglesia en el centro de la ciudad. De ese modo la gente tendría un lugar más seguro donde orar, y sus huesos estarían a salvo de saqueadores de tumbas.
Nunca se documentaron apropiadamente sus milagros, pero en 2019, la Congregación para las Causas de los Santos del Vaticano empezó a estudiar cuidadosamente uno de ellos.
Ocurrió en 2017, cuando una niña recibió un disparo en la cabeza durante un robo. Los doctores dijeron que había perdido tejido cerebral y que no se esperaba que volviera a caminar o a hablar bien. Pero la niña se recuperó completamente a las pocas semanas después de una operación que le salvó la vida. Durante ese tiempo, su mamá había orado a Hernández para que intercediera por su hija.
Por Manuel Rueda