TOCANCIPA, Colombia – Cuando Alba Rada llegó a Colombia, los miembros del Movimiento de los Focolares le dieron una cálida bienvenida, matricularon a sus hijos en la escuela, y le dieron vivienda hasta que encontró un lugar para alquilar.
Ahora, la inmigrante venezolana de 44 años retribuye estos actos de amabilidad a través de una organización sin fines de lucro que está ayudando a más de 200 venezolanos que viven en Tocancipá, y a muchos más que pasan por una carretera que cruza el municipio.
“Sabemos lo que es pasar por tiempos difíciles y enfrentar un futuro incierto”, dijo Rada, quien llegó a Colombia hace seis años.
“Entonces nos gusta venir aquí para brindar apoyo material y emocional”, continuó la venezolana, mientras entregaba comida caliente a un grupo de migrantes que había estado viajando durante días.
Rada estableció su organización sin fines de lucro, la Fundación Radaber, en 2018, cuando miles de venezolanos dejaron su nación asolada por la crisis, dirigiéndose a países vecinos como Colombia en busca de trabajo. Con sus ahorros agotados por la hiperinflación, muchos se vieron obligados a caminar y hacer autostop por cientos de millas hacia sus destinos, pasando por pequeñas poblaciones como Tocancipá.
“Comenzamos a ayudar a estos autostopistas con comida y encontrando personas que los podían hospedar por una o dos noches”, explicó Rada. “Esto comenzó como un grupo de WhatsApp y eventualmente nos convertimos en una organización más formal”.
El grupo está compuesto principalmente por inmigrantes venezolanos que quieren ayudar a los recién llegados. Algunos de los voluntarios también son miembros del Movimiento de los Focolares, un grupo laico católico que promueve ideales de unidad y hermandad universal y que opera en docenas de países.
Rada es miembro de toda la vida de Focolares y fue a Tocancipá en gran parte debido a sus lazos con el grupo.
El municipio de Tocancipá, que está localizado en el centro de Colombia, solo tiene 35,000 personas, pero es hogar de un gran centro de Focolares que incluye una escuela, una casa para miembros consagrados, y un espacio para retiros espirituales.
“Al principio solo pensaba en la guerrilla y el narcotráfico cuando se mencionaba a Colombia”, señaló Rada. “Pero mi hermana me convenció de que lo intentara. Me dijo que el Movimiento (de los Focolares) estaba aquí y que había un colegio para los niños”.
Rada dirigía una empresa de diseño gráfico en Venezuela y había estado buscando una salida del país durante algún tiempo. Sin embargo, se vio obligada a mudarse en 2014 después de que le robaran su automóvil a punta de pistola, mientras sus hijos estaban en el asiento trasero.
En Tocancipá, los miembros del Movimiento de los Focolares la ayudaron a establecerse, asegurando un lugar para sus dos hijos en la escuela del movimiento y celebrando una cena, donde donaron electrodomésticos a su familia.
Con sus habilidades de contabilidad, Rada también consiguió un trabajo administrativo en la escuela de los Focolares e hizo contactos que luego la ayudarían con donaciones para su organización sin fines de lucro.
Ahora, la Fundación Radaber se centra en ayudar a los migrantes venezolanos a enfrentar el impacto económico de la pandemia de COVID-19.
Miles de personas han perdido sus empleos en Colombia después de que el gobierno impuso una cuarentena nacional para frenar el virus.
En Tocancipá y sus alrededores, la organización sin fines de lucro de Rada ha brindado paquetes de alimentos a más de 200 familias que han perdido sus ingresos durante esta pandemia.
La Fundación Radaber también está ayudando a migrantes que ahora intentan regresar a Venezuela después de haber perdido sus empleos y no poder pagar el alquiler.
Según el gobierno colombiano, más de 70,000 migrantes venezolanos han regresado a su país desde que estalló la pandemia. Muchos lo hacen a pie ya que no pueden pagar la tarifa del autobús.
En un fin de semana reciente, Rada y media docena de voluntarios se reunieron debajo de un puente peatonal que cruza la carretera principal que sale de Tocancipá.
Ellos entregaron sacos de dormir, bocadillos, bloqueador solar, y papel higiénico a los migrantes que estaban haciendo el largo viaje de regreso a casa.
“Me estaba yendo bien en Colombia”, dijo José Luis Sánchez, un taxista venezolano de 54 años que había encontrado trabajo en una fábrica de plásticos en Bogotá. “Pero mi fábrica cerró y no tuve más dinero para pagar el alquiler”. Sánchez caminaba de regreso a Venezuela con su esposa y dedujo que el viaje a la frontera le llevaría unas dos semanas.
Otra migrante, Luisiana Córdoba, dijo que venía de Ecuador, donde había estado trabajando como asistente dental. Sin embargo, el dentista cerró su consultorio debido a la pandemia, dejando a Córdoba sin trabajo.
“Viajo con mis hijos, por lo que la gente ha sido más amigable y nos han podido llevar”, dijo Córdoba, quien tenía tres hijos pequeños con ella. “A lo largo del camino hemos estado durmiendo en las terminales de autobuses o debajo de escaparates para evitar la lluvia”.
Rada dijo que su organización está tratando de hacer que el peligroso viaje de regreso a Venezuela sea más seguro, brindando orientación y asesoramiento a los migrantes sobre los riesgos que se avecinan.
Ella dijo que aunque los fondos para su organización a veces son escasos, está motivada por las expresiones de gratitud de las personas a las que ayuda y por un pasaje bíblico que le fue enviado hace años en una carta escrita por el fundador del movimiento de los Focolares.
“Hay más alegría en dar que en recibir”, decía el pasaje.
Por Manuel Rueda