ROMA – Mientras la pandemia del COVID-19 ha afectado u obligado a cerrar la mayoría de los negocios, parece que no ha debilitado el tráfico humano, declaró Callista Gingrich, embajadora de Estados Unidos ante la Santa Sede.
De hecho, las dificultades financieras que muchas familias enfrentan actualmente alrededor del mundo hacen a la gente más vulnerable a las ofertas de dinero rápido de los traficantes o a las falsas promesas de buenos trabajos en otros países, expusieron el 14 de octubre los oradores del simposio “Combatiendo el tráfico humano: Acción en un tiempo de crisis”, auspiciado por la embajada de Estados Unidos en la Santa Sede.
Las organizaciones religiosas “son unos de nuestros mejores aliados” en cuanto a la insistencia para acabar con el tráfico y asistir a las víctimas, explicó Gingrich, señalando específicamente a Talitha Kum, la red internacional integrada por unas 2,600 religiosas y sus colaboradores alrededor del mundo.
La hermana Patricia Murray, religiosa de Loreto y secretaria ejecutiva de la Unión Internacional de Superioras Generales de Congregaciones Religiosas, indicó que los pobres que son susceptibles a los traficantes son “doblemente vulnerables” durante la pandemia, cuando muchas más familias están sufriendo de hambre.
“Se estima que 130 millones de personas adicionales se ubicarán por debajo de la línea de la pobreza este año y sospecho que es un estimado optimista”, señaló.
La religiosa Gabriella Bottani, de la congregación de hermanas Combonianas y coordinadora de Talitha Kum, explicó que en 2019 los miembros de la red brindaron asistencia directa — rescate, vivienda, educación y apoyo psicológico — a 24,700 afectados.
“Cada una de estas personas representa una historia de un encuentro de hermanas con sobrevivientes”, dijo.
La pandemia del COVID-19, según la hermana Bottani, ha sido una lupa que ha destacado la inequidad y las injusticias que convierten a algunas personas en presas fáciles para los traficantes.
“Los protocolos de higiene y distanciamiento social, para protección, se reservan para los privilegiados”, según ella, ya que los más pobres entre los pobres no tienen otra opción más que salir a buscar la forma de ganar dinero y a menudo no tienen acceso a agua corriente, mucho menos a desinfectante de manos.
La hermana explicó que el tráfico de personas en última instancia es el resultado de un sistema económico basado solamente en el consumo y en la valoración de los seres humanos según la riqueza que pueden producir para los demás. “Es un llamado a la conversión, a un profundo cambio” a nivel personal, social, nacional e internacional.
Agregó que la pandemia y el confinamiento no solo han incrementado la pobreza, sino también han aumentado los actos de violencia contra mujeres y niños retenidos por los traficantes. Además, han intensificado la pornografía en internet que explota a mujeres, niños, y adolescentes. Igualmente, han dejado a muchos inmigrantes, que habían sido traficados para explotación laboral, abandonados y sin nada.
Olga Zhyvytsya, oficial de abogacía internacional de Cáritas Internationalis, añadió que la cuarentena y las restricciones de viaje han hecho que las víctimas de tráfico tuvieran menos oportunidades de escapar o llamar la atención de alguien que les pueda ayudar.
Kevin Hyland, un ex oficial de policía de Londres y activista contra el tráfico por largo tiempo, expresó a los participantes del simposio que “los síntomas del tráfico humano son evidentes en toda nación, toda ciudad y pueblo”; sin embargo, los individuos y gobiernos parecen hacer muy poco para detenerlo. A veces, incluso, parece que “hacen la vista gorda”, por ejemplo, con el tráfico para prostitución o servicio doméstico.
Afirma que “la idea de que el tráfico humano es inevitable”, ha ocasionado que así sea.
Princess Okokon, una nigeriana que sobrevivió al tráfico y ahora ayuda a otras víctimas en el norte de Italia, dijo que los traficantes que explotan a mujeres para comercio sexual las tratan “como un ATM (cajero automático) y cuando el ATM se queda sin dinero en efectivo, las desechan”.
Explicó en la conferencia que, así como los traficantes tienen reclutadores en comunidades pobres, especialmente en África, es importante que los grupos como Talitha Kum y, en especial, los sobrevivientes trabajen en esas comunidades, alertando a la gente sobre la manera en que los reclutadores operan y las mentiras que dicen.
El cardenal Michael Czerny, subsecretario de la Sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral (Vaticano), les explicó a los participantes del simposio que “el problema básico, el mayor” es que mientras unas pocas personas en iglesias, gobiernos, y organizaciones no gubernamentales están dedicadas a la lucha contra el tráfico, gran parte del mundo parece no saber que todavía existe la esclavitud humana.
Cuando a algunas personas del mundo les falta lo más básico y necesario para sobrevivir y, por consiguiente, caen presas de los traficantes, aquellos que tienen lo suficiente para sobrevivir deberían estar avergonzados, declaró el cardenal. Las personas que recurren a los traficantes están buscando la supervivencia de ellos y sus familias, y hasta que todo el mundo decida si tal pobreza extrema es inaceptable, el tráfico continuará.
“Incluso sin hablar del tráfico, el modo inoperante en el que anda nuestro mundo debe ser una vergüenza social”, indicó.
El cardenal Czerny enmarcó sus comentarios en el contexto de la más reciente encíclica del papa Francisco “Hermanos Todos: sobre la fraternidad y la amistad social” y su invitación a todas las personas a reconocer cómo somos interdependientes y estamos interconectados, y cómo nuestras vidas y estilos de vida afectan a los más pobres entre los pobres.
Las carencias de vivienda, cuidado médico, trabajo y educación, están vinculadas a los índices de tráfico humano, señaló, y deben abordarse de un modo interconectado.
Por Cindy Wooden