WASHINGTON – Poner en práctica las palabras del Evangelio fue siempre una parte importante de la familia católica de Melissa Altman cuando crecía en Pensilvania.
Muchas experiencias vividas en su infancia que influenciaron a su familia vinieron de su tío abuelo, un sacerdote de Maryknoll, quien encendió en ella un fuego espiritual que la llevó por un camino donde ella pudo aprender sobre la vida y las experiencias de los misioneros.
Entre ellos se incluía a dos hermanas Maryknoll, una mujer laica que había completado el curso de capacitación misionera laica de Maryknoll en Nueva York, y una hermana ursulina. Estas cuatro misioneras fueron asesinadas en El Salvador en 1980, solo un año después del nacimiento de Altman.
La forma en que vivían las mujeres y su trabajo en El Salvador resultaría ser una gran inspiración que más tarde llevó a Altman y su esposo, Peter, a mudar a su joven familia a la pequeña pero atribulada nación centroamericana.
Ella expresó que lo que sabía sobre las mujeres y su trabajo, junto con el aprendizaje en la universidad sobre los efectos de la Guerra Fría en América Latina y los vínculos de Estados Unidos con ella, “realmente me afectó, y plantó en mi una semilla que no supe que estaba allí en ese momento”.
“Esa semilla fue sembrada y siguió creciendo sin que yo me diera cuenta”, explicó Altman en una entrevista el 18 de noviembre con Catholic News Service.
En 2014, ella y su esposo trasladaron a sus hijos, una niña de 3 años y un varón de 7, de Nueva York al campo de El Salvador.
Si bien ella y su esposo trabajaron primero en el campo salvadoreño, ofreciendo programas recreativos para niños, Altman, ahora misionera laica Maryknoll, vive y trabaja con una cooperativa de mujeres en la ciudad de Zaragoza, El Salvador, en el departamento de La Libertad, donde vivían dos de las mujeres asesinadas, la ursulina Dorothy Kazel y la laica Jean Donovan.
Ambas tenían vínculos con las dos hermanas Maryknoll, Ita Ford y Maura Clarke, quienes también trabajaban con los pobres en la zona rural de Chalatenango al norte de la capital de San Salvador.
Las cuatro mujeres colaboraban para ayudar a aquellos golpeados por el conflicto que comenzaba en el país y que se convirtió en una guerra civil durante los últimos meses de la vida de las mujeres a fines de 1980. Las cuatro terminarían siendo enterradas juntas en una fosa poco profunda luego de ser violadas y asesinadas por militares salvadoreños.
“Tengo la suerte de trabajar en una comunidad que realmente las conocía”, comentó Altman sobre las mujeres estadounidenses.
Dado que muchos en la comunidad salvadoreña de Zaragoza, donde viven Altman y su familia, conocen el legado de las misioneras estadounidenses, quienes llevaron a niños a lugares seguros, así como alimentos y medicinas entre La Libertad y Chalatenango, “sabían de lo me trataba (como misionera) gracias a afiliación con Maryknoll”, expuso.
“Eso me acercó a la memoria y la energía de las cuatro mujeres y Carla Piette (otra hermana misionera de Maryknoll que murió allí), y otros catequistas que dieron su vida por la dignidad humana en este país”, dijo Altman a CNS. “Me conecté con eso”.
Ahora ella está conectada con ellos de una manera diferente, después de haber colaborado con organizaciones sin fines de lucro y un grupo de memoria histórica que pintó un popular mural de mártires en Zaragoza el 2016. La obra presenta a las mujeres estadounidenses junto a san Oscar Romero, el icónico arzobispo de El Salvador que fue martirizado el 24 de marzo de 1980, pocos meses antes de que las mujeres fueran asesinadas.
La experiencia del trabajo misionero ha sido un regalo para sus hijos, señaló.
“Queríamos darles a nuestros niños la oportunidad de ver el mundo como realmente es y no solo a través de una burbuja”, explicó Altman. “Queríamos tener la experiencia de vivir en una cultura diferente, pero también poner en práctica la Doctrina Social Católica, realmente vivir eso”.
Poner en práctica la doctrina social católica a través del ejemplo de las misioneras a las que desea imitar, a veces significa simplemente estar ahí para las personas, llevando a cabo el concepto de acompañamiento, dijo.
“Poder decir, ‘no tengo las respuestas, pero averigüémoslas juntos, exploraremos juntos'”, indicó. “Es la raíz de mi fe decir: ‘eres importante, tu vida importa, tienes dignidad y quiero estar contigo en este peregrinaje, pase lo que pase’”, declaró.
Estas palabras hacen eco de lo que la hermana Ford escribió en 1977 sobre su experiencia con la gente de América Latina: “Puedo decirles a mis vecinos: ‘No tengo soluciones para esta situación; no sé las respuestas, pero caminaré con ustedes, buscaré con ustedes, estaré con ustedes’. ¿Puedo dejarme evangelizar por esta oportunidad? ¿Puedo mirar y aceptar mi propia pobreza mientras la aprendo de otros pobres?”
Altman dijo que el concepto del que habló la hermana Ford “es importante aquí y una parte tan substancial de la cultura”, que es un privilegio continuar “el trabajo preliminar que sentaron durante tiempos más oscuros”.
Las últimas religiosas de la comunidad Maryknoll se fueron hace un par de años, explicó. Después de que su comunidad cerró, seis misioneros laicos y dos sacerdotes continúan lo que comenzaron allí, señaló.
Pero para la comunidad que Altman dejó en los EE.UU., al principio fue un poco abrumador, de manera particular para la familia extendida de Altman verla llevar a sus hijos a un país lejos de casa. Solían preguntar: “¿Cuándo vas a volver a casa?” ella dijo.
Y ella respondía: “Bueno, este es mi casa ahora”.
Su hija no recuerda mucho sobre los Estados Unidos y su hijo, de 13 años, se ha interesado por las comunidades rurales donde vivieron por primera vez, a menudo defendiendo la vida rural que sus amigos de la ciudad a veces desprecian.
“Ha sido vivificante, ver la riqueza de cuando vivíamos en el campo, las tradiciones, las comidas, la hospitalidad, no por decir que la gente de la ciudad no es hospitalaria”, expresó.
“Pero en el campo (el área rural), todo el mundo tiene tiempo para charlar y tomar unos momentos para ver cómo te está yendo”, comentó Altman. “Mi hijo aboga por las zonas rurales porque vivía allí. Sus buenos amigos todavía están allí y es una buena oportunidad para defenderlos ante los niños de la ciudad que tienen prejuicios contra los que viven en el campo”.
Con el tiempo, su familia en los EE.UU. se dio cuenta que lo que estaban haciendo estaba vinculado a los valores católicos que le habían inspirado cuando era niña.
“Mi familia es muy religiosa, muy católica”, expuso. “Si bien fue difícil saber que nos íbamos lejos, son muy espirituales y pueden ver que estamos felices, que nuestros hijos están felices, que nos sentimos realizados con lo que estamos haciendo aquí y para ellos eso es una parte realmente importante de vivir la fe, responder a un llamado. Estamos haciendo eso”.
Para algunos, sigue siendo un concepto difícil.
“La gente dice, ‘Oh, mira todo lo que dejaste (atrás)’, pero hay muchas cosas realmente buenas aquí”, declaró. “Desde afuera, en las noticias, no se puede ver eso. Pero si estás aquí y tienes la oportunidad de estar cerca de estas comunidades, tienes la oportunidad de ver lo que es genuino”.
Por Rhina Guidos